martes, 4 de agosto de 2015

Los hechos de la vida

Pema Chödrön



El Buddha enseñó que hay tres características principales de la existencia humana: impermanencia, ausencia de yo y sufrimiento o insatisfacción. Según el Buddha, la vida de todos los seres está marcada por estas tres cualidades. Reconocer que estas cualidades son reales y verdaderas en nuestra propia experiencia nos ayuda a relajarnos con las cosas como son.

Cuando escuché por vez primera esta enseñanza me parecía remota y académica. Pero cuando estuve alentada a prestar atención --por curiosidad acerca de lo que estaba pasando con mi cuerpo y mi mente-- algo cambió. Desde mi propia experiencia pude observar que nada es estático. Mi estado de ánimo está cambiando continuamente como el clima. Definitivamente no controlo qué pensamientos o emociones van a surgir, ni puedo detener su flujo. La quietud es seguida por el movimiento, los flujos del movimiento vuelven a la quietud. Incluso el más persistente dolor físico, cuando le presto atención, cambia como las mareas.

Siento gratitud hacia el Buddha por señalar que lo que luchamos contra todo en nuestras vidas puede ser reconocido como experiencia ordinaria. La vida continuamente va con subidas y bajadas. Las personas y situaciones son impredecibles, como también todo lo demás. Todo el mundo conoce el dolor de conseguir lo que no queremos: Santos, pecadores, ganadores, perdedores. Me siento agradecida de que alguien vio la verdad y señaló que no sufrimos este tipo de dolor a causa de nuestra incapacidad personal para hacer bien las cosas.

Que nada es estático o fijo, que todo es fugaz y efímero, es la primera marca de la existencia.  Es la situación normal de las cosas.  Todo está en proceso. Todo: cada árbol, cada brizna de hierba, todos los animales, insectos, seres humanos, edificios, lo animado y lo inanimado, está siempre cambiando, momento a momento. No tenemos que ser místicos o físicos para saber esto.  Sin embargo, en el nivel de experiencia personal, nos resistimos a este hecho básico. Significa que la vida no siempre va a seguir según nuestro modo. Significa que hay tanto pérdida como ganancia. Y no nos gusta esto.

Cierta vez estaba cambiando de trabajos y de casas al mismo tiempo.  Me sentía insegura, incierta y sin base. Esperaba que dijera algo que me ayude a trabajar con estos cambios, me quejé ante Trungpa Rinpoche acerca de los problemas con las transiciones.  Él me miró fijamente y dijo: "Siempre estamos en transición". Luego dijo: "Si sólo puedes relajarte con eso, no tendrás ningún problema."

Sabemos que todo es impermanente; sabemos que todo se desgasta. Aunque podemos adquirir intelectualmente esta verdad, emocionalmente tenemos una arraigada aversión hacia ella.  Queremos permanencia; esperamos permanencia.  Nuestra tendencia natural es buscar la seguridad; creemos que la podemos encontrar. Experimentamos la impermanencia a nivel cotidiano como frustración. Utilizamos nuestra actividad diaria como un escudo contra la ambigüedad fundamental de nuestra situación, gastando enormes energías tratando de alejar la impermanencia y la muerte. No nos gusta que nuestros cuerpos cambien de forma. No nos gusta envejecer. Estamos temerosos ante las arrugas y la flacidez de la piel.  Utilizamos productos de salud como si en realidad creyéramos que nuestra piel, nuestro cabello, nuestros ojos y dientes, podrían de alguna manera escapar milagrosamente a la verdad de la impermanencia.

Las enseñanzas budistas aspiran a liberarnos de este limitado modo de relacionarse. Ellas nos animan a relajarnos gradualmente y de todo corazón en la ordinaria y clara verdad del cambio. Reconocer esta verdad no significa que buscaremos en el lado oscuro. Lo que esto significa es que comenzamos a entender que no hay ni uno solo que pueda mantener todo junto. No creemos más que haya gente que ha manejado evitar la incertidumbre.

La segunda marca de la existencia es la ausencia de yo.  Como seres humanos somos tan efímeros como todo lo demás. Cada célula en el cuerpo está continuamente cambiando. Los pensamientos y las emociones surgen y desaparecen sin cesar. Cuando estamos pensando en que somos competentes o que estamos desesperados; ¿en que nos basamos?  ¿En este momento fugaz? ¿En el éxito o el fracaso de ayer? Nos aferramos a una idea fija de qué somos y nos incapacita. Nada ni nadie esta fijado.  Si la realidad del cambio es una fuente de libertad para nosotros o una fuente de ansiedad horrible, hace una diferencia significativa. ¿Hace que los días de nuestras vidas agreguen más sufrimiento o aumenten la capacidad para la alegría? Es una pregunta importante.

Algunas veces la ausencia de yo se denomina no-yo. Estas palabras pueden ser engañosas. El Buddha no implicaba que desaparezcamos, que podríamos borrar nuestra personalidad. Como un estudiante una vez le preguntó; "No experimentar la ausencia de yo ¿hace a la vida un tipo de grisura?" No es así. El Buddha señalaba que la idea fija que tenemos sobre nosotros mismos como sólidos y separados entre sí está dolorosamente limitándonos.  Es posible moverse a través del drama de nuestras vidas sin creer tan fervientemente en el personaje que actuamos.  Es un problema para nosotros el que nos tomemos tan en serio a nosotros mismos, que seamos tan absurdamente importantes en nuestra propia mente.  Nos sentimos justificados en estar molestos con todo el mundo. Nos sentimos justificados en denigrarnos o en sentir que somos más inteligentes que otras personas.  La auto importancia nos duele, nos limita al estrecho mundo de nuestros gustos y disgustos. Terminamos muertos de aburrimiento con nosotros mismos y con nuestro mundo.  Nunca acabamos satisfechos.

Tenemos dos alternativas: O bien ponemos en duda nuestra creencia de que no es así.  O bien aceptamos nuestras versiones fijas de la realidad, o comenzamos a desafiarlas.  En opinión del Buddha, prepararse en mantenerse abierto y curioso --  entrenarse en disolver nuestros supuestos y creencias -- es el mejor uso de nuestras vidas humanas.

Cuando nos entrenamos en despertar la bodichitta, estamos nutriendo la flexibilidad de nuestra mente.  En los términos más comunes, la ausencia de yo es una identidad flexible. Se manifiesta como curiosidad, como adaptabilidad, como humor, alegría.  Es nuestra capacidad para relajarse con no saber, no calcular todo lo externo, a no estar en absoluto seguros de que somos - o de que nadie sea tampoco.

El hijo único de un hombre fue reportado muerto en la batalla. Inconsolable, el padre se encerró en su casa durante tres semanas, rechazando todo apoyo y bondad.  En la cuarta semana el hogar el hijo regresó. Viendo que no estaba muerto, la gente del pueblo estaba conmovida hasta las lágrimas. Muy contentos, acompañaron al joven a casa de su padre y tocaron la puerta. "Padre, llamó al hijo, estoy de vuelta." Pero el anciano se negó a responder. "Tu hijo está aquí, no fue muerto," le decía la gente. Pero el anciano no acudió a la puerta. “¡Vayánse y dejenme hacer el duelo!  gritó.  "Sé que mi hijo se ha ido para siempre y no puede engañarme con sus mentiras". Así pasa con todos nosotros. Estamos seguros de quiénes somos y cómo son los demás y esto nos ciega. Si otra versión de la realidad llama a nuestra puerta, nuestras ideas fijas nos impiden aceptarlo.

¿Cómo vamos a pasar esta vida breve? ¿Vamos a fortalecer nuestra capacidad perfeccionada para luchar contra la incertidumbre, o nos vamos a entrenar en dejar ir?  ¿Vamos a aferrarnos tercamente a "yo soy así y tú eres así"?  ¿O vamos a ir más allá de esta mente estrecha?  ¿Podríamos empezar a entrenar como un guerrero, aspirando a reconectarse con la flexibilidad natural de nuestro ser y ayudar a otros a hacer lo mismo? Si empezamos a movernos en esta dirección, comenzarán a abrirse posibilidades ilimitadas.

La enseñanza sobre la ausencia de yo apunta a nuestra dinámica, a nuestra naturaleza cambiante. Este cuerpo nunca ha sentido exactamente lo que está sintiendo ahora. Esta mente está pensando en un pensamiento que, por repetitivo que parezca, no será nunca estar pensando una y otra vez. Puedo decir: "¿No es esto maravilloso?" Pero generalmente no lo experimentamos como maravilloso; lo experimentamos como desconcertante y peleamos por tenerlo. El Buddha fue lo suficientemente generoso para mostrarnos una alternativa. No estamos atrapados en la identidad del éxito o fracaso, o en cualquier identidad en absoluto, ni en términos de cómo otros nos ven ni en cómo nosotros nos vemos.  Cada momento es único, desconocido, completamente fresco. Para un guerrero en formación, la ausencia de yo es una causa de alegría, en lugar de una causa de temor.

La tercera marca de la existencia es el sufrimiento, la insatisfacción.  Como lo dijo Suzuki Roshi, solo practicando a través de una sucesión continua de situaciones agradables y desagradables es cómo adquirimos verdadera fuerza. Aceptar que el dolor es inherente y vivir nuestras vidas desde esta comprensión es crear las causas y condiciones para la felicidad.

Para decirlo de manera concisa, sufrimos cuando nos resistimos a la verdad noble e irrefutable de la impermanencia y la muerte. Sufrimos, no porque somos básicamente malos o merecemos ser castigados, sino por tres malentendidos trágicos.

En primer lugar, esperamos que lo que está cambiando siempre debe ser abarcable y predecible. Nacemos con un deseo por la resolución y la seguridad que gobierna nuestros pensamientos, palabras y acciones. Somos como personas en un barco que se está cayendo a pedazos, tratando de mantenerlo a flote.

La dinámica, la energética y el flujo natural del universo no es aceptable para la mente convencional. Nuestros prejuicios y adicciones son patrones que surgen del miedo a un mundo fluido.  Sufrimos, porque tomamos equivocadamente como permanente lo que siempre está cambiando.

En segundo lugar, procedemos como si estuviéramos separados de todo lo demás, como si fuéramos una identidad fija, cuando nuestra realidad es carente de yo. Insistimos en ser un yo, con Y mayúscula.  Tenemos seguridad de definirnos a sí  mismos como inútiles o dignos, superiores o inferiores.

Perdemos tiempo precioso exagerando o idealizando o menospreciándonos con una seguridad complaciente que sí, que es lo que somos.  Confundimos la apertura de nuestro ser - el asombro inherente y la sorpresa de cada momento – por un yo sólido, irrefutable.  Sufrimos, a causa de este malentendido.

En tercer lugar, buscamos felicidad en todos los lugares equivocados. El Buddha llamó a este hábito "tomar erróneamente el sufrimiento por felicidad," como una polilla volando hacia la llama.  Como sabemos, las polillas no son los únicos que se destruyen a sí mismas con el fin de encontrar alivio temporal. En cuanto buscamos la felicidad, todos estamos como el alcohólico que bebe para detener la depresión que se intensifica con cada trago, o el drogadicto que se sobrepasa para conseguir alivio al sufrimiento que aumenta con cada dosis.

Un amigo que siempre está en una dieta, indica que esta enseñanza sería más fácil de seguir si nuestras adicciones no ofrecieran alivio temporal. Debido a que experimentamos satisfacción efímera con ellas, nos mantenemos enganchados.  En nuestra búsqueda repetida de gratificación instantánea, perseguimos todo tipo de adicciones - algunas aparentemente benignas, algunas obviamente letales – para continuar reforzando los viejos patrones de sufrimiento. Fortalecemos los patrones disfuncionales.

Así nos volvemos menos capaces de vivir con hasta la más fugaz inquietud o malestar.  Nos habituamos a alcanzar algo para aliviar el nerviosismo del momento.  Lo que comienza como un leve cambio de energía -- una tension menor de nuestro estómago, una sensación vaga, indefinible de que algo malo está a punto de pasar -- se intensifica en la adicción. Esta es nuestra manera de intentar hacer la vida predecible.  Porque confundimos siempre lo que resulta en sufrimiento como lo que nos traerá felicidad, seguimos atrapados en el hábito repetitivo de incrementar nuestra insatisfacción. En la terminología budista este círculo vicioso se llama samsara.

Cuando empiezo a dudar de que tengo todo lo necesario para estar presente con la impermanencia, la ausencia de yo y sufriendo, me animo a recordar la advertencia cariñosa de Trungpa Rinpoche de que no existe remedio para el calor y el frío. De que no hay remedio para los hechos de la vida.

Esta enseñanza sobre las tres marcas de existencia puede motivarnos a dejar de luchar una y otra vez contra la naturaleza de la realidad. Podemos dejar de dañar a otros y a nosotros mismos en nuestro esfuerzo por escapar de la alternancia de placer y dolor. Podemos relajarnos y estar completamente presentes en nuestras vidas.


Versión al español, el editor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario