La
predisposición a la bondad
Matthieu Ricard
Las
investigaciones
realizadas
durante los últimos años, las cuales muestran que estamos programados para
cooperar desde nuestra infancia, han sido una fuente de inspiración para mí.
Michael Tomasello y Felix Warneken del
Instituto Max Planck de Leipzig (1), demostraron que a partir de un año de
edad, cuando apenas están aprendiendo a caminar y a hablar, los niños
manifiestan espontáneamente ciertos comportamientos de ayuda mutua y de
cooperación, sin que estos les hayan sido enseñados por los adultos.
Durante estas experiencias, todos los niños ofrecieron espontáneamente su ayuda a uno de los experimentadores para la realización de tareas diversas como por ejemplo, recoger y entregar al experimentador un objeto que se había caído al suelo. Como señala Felix Warneken: “Esos niños son tan pequeños que aún usan pañales y apenas son capaces de hablar pero aun así, ya presentan comportamientos de ayuda mutua (2).”
Cuando uno de los experimentadores que se encontraba colgando la ropa
lavada, dejó caer una pinza y luego tuvo dificultades para recuperarla, casi la
mayoría de los niños de 18 meses se desplazó para recoger la pinza y
entregársela. Los niños reconocen específicamente una situación en la cual el
adulto requiere realmente ayuda: si el experimentador tira deliberadamente la
pinza al suelo en lugar de hacerla caer por descuido, los niños no reaccionan.
Es interesante observar que cuando los niños obtienen una recompensa por
parte del experimentador, su propensión a ayudarle no aumenta. De hecho, sucede
lo contario: se observa que los niños que han recibido una recompensa ofrecen
menos su ayuda, comparados con aquellos que no han recibido nada. Como señalan
Warneken y Tomasello: “Este resultado sorprendente aporta una confirmación
suplementaria a la hipótesis según la cual los niños son mayormente estimulados
por motivaciones internas que por estímulos externos”.
Los bebés prefieren a las personas amables
Desde muy temprana edad, los niños prefieren manifiestamente a las
personas que se comportan de manera bondadosa con otras personas y no a
aquellas que tratan a los demás con hostilidad. En el laboratorio de Paul Boom
de la Universidad de Yale, los investigadores presentaron a niños de 6 a 10
meses, un video en el que se observaba una pelota con ojos grandes y bien
visibles que tenía dificultades para subir una pendiente muy empinada. Otra
pelota entra en escena y le ayuda, empujándola por detrás. Finalmente, una
tercera pelota, fácilmente diferenciable de la segunda, interviene empujando
hacia abajo a la primera pelota que intenta subir el plano inclinado, haciendo
que ésta caiga rodando cuesta abajo. Cuando las dos pelotas son ofrecidas a los
bebés, casi la totalidad de ellos escoge a la pelota bondadosa (3).
Los niños prefieren dar en lugar de recibir
En Vancouver, los sicólogos Lara Aknin, J. Kiley Hamlin y Elisabeth Dunn
(4) demostraron que los niños de dos años eran más felices cuando daban una
golosina a alguien que cuando ellos mismos recibían una. En la primera
experiencia, el experimentador saca una golosina de su bolsillo, la entrega al
niño y le explica que puede quedársela o dársela a alguien más: el niño
manifiesta más alegría en el segundo caso. En la segunda experiencia, el
experimentador da golosinas al niño quien les coloca en su taza. Un poco más
tarde, le sugiere al niño que dé una golosina a otro: es en esta situación que
el niño manifiesta mayor alegría.
La tendencia a ayudar al prójimo es innata
Según sus investigaciones, Michael Tomasello presenta un cierto número
de razones que demuestran que los comportamientos de cooperación y de ayuda
desinteresada se manifiestan tempranamente en el niño, incluso mucho antes de
que sus padres le hayan inculcado las reglas de sociabilidad. Y además, que
estos comportamientos no son determinados por una presión externa. La puesta en
evidencia de comportamientos similares en los grandes simios hace pensar que
los comportamientos de cooperación altruista no aparecieron como una novedad
del ser humano, sino que ya estaban presentes en el ancestro que tenían en
común los seres humanos y el chimpancé, hace seis millones de años, y que la
amabilidad hacia nuestros semejantes está profundamente arraigada en nuestra
naturaleza.
Cuando las normas sociales moderan el altruismo espontáneo
Para que el altruismo pueda ser mantenido tal cual con el paso de las
generaciones, éste debe ser asociado a mecanismos que protejan los individuos
contra la explotación que ciertas personas pueden ejercer sobre los demás.
Puesto que, a partir de cinco años, el niño comienza a hacer discriminaciones
en función de los niveles de parentesco, de la reciprocidad en los
comportamientos y en las normas culturales que uno le inculca. Su altruismo se
vuelve de esta forma más selectivo.
Entre 10 y 12 años, el comportamiento del niño evoluciona de manera más
abstracta, recurriendo a las obligaciones morales. El niño reflexiona más sobre
lo que quiere decir “ser una buena persona” y sobre la manera de ajustar sus
actos con el sentido moral que aprende inicialmente de manera intuitiva. Esto
lo lleva a comprender, por ejemplo, que ciertos sufrimientos resultan de la
pertenencia a una comunidad oprimida y a sentir simpatía por las víctimas. En
la adolescencia y en la edad adulta, ciertas personas expanden de nuevo el
círculo del altruismo y sienten un sentimiento profundo de “humanidad
compartida” con los demás seres humanos y de empatía hacia todos aquellos que
sufren.
Una educación inteligente debería dar importancia a la interdependencia
que reina entre el ser humano, los animales y el medio ambiente, para que el
niño tenga una visión holística del mundo que lo rodea y contribuya de manera
constructiva a la sociedad en la cual evoluciona, dando mayor importancia a la
cooperación y a la amabilidad, y menor a la competencia y a la indiferencia.
Las prácticas educativas que se ponen en marcha dependen del concepto que se
tiene de la infancia. Si reconocemos que el niño nace con una tendencia natural
hacia la empatía y el altruismo, su educación servirá para acompañar y
facilitar el desarrollo de dicha predisposición.
Es evidente, que el apoyo de los padres debe ser constante y durable
para producir un efecto verdadero. Se trata de todo un programa, que debe
empezar por la transformación de sí mismo.
(1) Tomasello, M. (2009). Why we cooperate.
The MIT Press.
(2) Reportaje de radio en la BBC por Helen Briggs,
comentarista científico.
(3) Hamlin, J. K., Wynn, K., & Bloom, P.
(2007). Social evaluation by preverbal
infants. Nature, 450(7169), 557–559. Esta experiencia ya había
sido realizada con éxito en el mismo laboratorio con niños mayores, de 12 a 16
meses de edad. Kuhlmeier, V., Wynn, K., & Bloom, P. (2003). Attribution of dispositional states by
12-month-olds. Psychological Science, 14(5), 402–408. Si se
realiza de nuevo esta experiencia con objetos inanimados (en lugar de figuras
con aspecto humano), no existe preferencia hacia ninguno de los objetos.
(4) Aknin, L. B., Hamlin, J. K., & Dunn, E. W.
(2012). Giving leads to happiness in young children.PLoS One, 7(6),
e39211.
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