jueves, 8 de diciembre de 2016

LA IMPORTANCIA DEL LINAJE


Yongey Mingyur Rinpoche


El conocimiento conceptual no es suficiente... hay que
tener la convicción que se deriva de la experiencia personal.

—EL NOVENO KARMAPA GYALWANG, Mahamudra: The Ocean of Definitive
Meaning, traducción al inglés de Elizabeth M. Callahan

El  método  de  explorar  y  trabajar  directamente  con  la  mente  que  llamamos budismo tiene sus orígenes en las enseñanzas de un joven noble  de  la  India  llamado  Siddharta.  Después  de  ser  testigo  de  primera mano de la gran miseria en que vivía la gente que no había nacido en el medio privilegiado del cual él disfrutaba, este joven noble renunció a la seguridad  y  comodidades  de  su  hogar  para  buscar  la  solución  al problema  del  sufrimiento  humano.  El  sufrimiento  toma  diferentes formas,  desde  el  susurro  constante  de  que  seríamos  más  felices  “si sólo” algunos aspectos de nuestra vida fueran distintos, hasta el dolor de la enfermedad o el terror a la muerte.

Siddharta  se  convirtió  en  asceta  y  recorrió  la  India  estudiando bajo la dirección de maestros que declaraban haber encontrado la solución  que  él  buscaba.  Infortunadamente,  ninguna  de  las  respuestas que  le  dieron  o  de  las  prácticas  que  le  enseñaron  parecía  del  todo completa.  Finalmente,  decidió  dejar  de  lado  los  consejos  externos  y buscar la  solución  al  problema  del  sufrimiento  en  el  sitio donde  había comenzado  a  sospechar  que  residía:  en  su  mente.  Se  sentó  bajo  la sombra de un árbol, en un lugar llamado Bodhgaya, en la provincia de Bihar, al noreste de la India, y comenzó a sumergirse más y más en las profundidades  de  su  mente,  resuelto  a  encontrar  las  respuestas  que buscaba o morir en el intento. Al cabo de muchos días y noches, finalmente descubrió lo que estaba buscando: una consciencia fundamental que era inmutable, indestructible e infinita en su alcance. Cuando salió de este estado de profunda meditación ya no era Siddharta. Era Buda, una palabra sánscrita que significa “el que ha despertado”.

Había despertado al total potencial de su propia naturaleza, que antes  había  estado  limitada  por  lo  que  comúnmente  se  conoce  como dualismo: la idea de un “yo” distinto e inherentemente real, separado de un “otro” aparentemente distinto e inherentemente real que existe fuera de  ese  “yo”.  Como  veremos  más  adelante,  el  dualismo  no  es  una “imperfección del carácter” o un defecto, sino un complejo mecanismo de supervivencia profundamente arraigado en la estructura y función de la  mente,  el  cual,  junto  con  otros  mecanismos,  puede  ser  cambiado mediante la experiencia.

El Buda  se  dio  cuenta de  esta  capacidad  de  cambio  mediante  el examen introspectivo. Durante los siguientes cuarenta años de su vida recorrió la India y atrajo a cientos, tal vez miles de discípulos mediante la  enseñanza  de  su  descubrimiento: las  maneras  como  los  conceptos equivocados se enclavan en la mente y el modo de extirparlos. Dos mil quinientos años después, los científicos modernos están comenzando a demostrar  mediante  rigurosas  investigaciones  clínicas  que  sus percepciones, logradas a través del examen subjetivo, son sorprendentemente exactas.

Debido a que el alcance de su comprensión y sus percepciones iba mucho más allá de las ideas comunes que la gente tiene sobre sí misma  y  sobre  la  naturaleza  de  la  realidad,  se  vio  obligado,  como muchos otros grandes maestros antes y después de él, a enseñar con la ayuda de parábolas, ejemplos, acertijos y metáforas. Tuvo que utilizar palabras, y aunque estas palabras con el tiempo se escribieron en sánscrito, pali y otros idiomas, siempre se han transmitido de manera oral de una generación a otra. ¿Por qué? Porque cuando oímos las palabras de Buda y de los maestros que lo siguieron y lograron la misma libertad, tenemos que pensar en su significado y aplicar ese significado a nuestra vida  y,  al  hacerlo,  generamos  cambios  en  la  estructura  y  en  las funciones  de  nuestro  cerebro.  Muchos  de  estos  cambios los  discutiremos en las páginas siguientes para alcanzar la misma liberación que el Buda experimentó.

Durante  los  siglos  posteriores  a  la  muerte  de  Buda  sus enseñanzas comenzaron a difundirse en muchos países, entre ellos el Tíbet,  cuyo  aislamiento geográfico  del  resto del mundo proporcionó  el medio  perfecto  para  que  generaciones  de  estudiantes  y  maestros  se dedicaran  exclusivamente  al  estudio  y  a  la  práctica.  Los  maestros tibetanos que lograban la iluminación y se convertían en budas durante su  vida  transmitían  entonces  todo  lo  que  habían  aprendido  a  sus estudiantes  más  promisorios  y  ellos,  a  su  vez,  lo  transmitían a  sus propios discípulos. De esta manera, se estableció en el Tíbet un linaje ininterrumpido  de  enseñanzas  basadas en  las  instrucciones  de  Buda, fielmente registradas por sus tempranos seguidores, y en comentarios detallados  sobre  estas  enseñanzas.  Sin  embargo,  el  verdadero  poder del budismo tibetano, lo que lo hace tan puro y fuerte, es la conexión directa entre el corazón y la mente de los maestros, quienes, en forma oral  y  con  frecuencia  secreta,  transmitieron  a  sus  discípulos  las enseñanzas  esenciales  del  linaje,  que  habían  obtenido  mediante  la experiencia.

Debido a que muchas regiones del Tíbet están separadas unas de  otras  por  montañas,  ríos  y  valles,  a  los  maestros  y  discípulos  con frecuencia  les  era  difícil  recorrer  el  país  compartiendo  entre  sí  lo  que habían aprendido. Como resultado de esto, los linajes de enseñanza en las regiones evolucionaron de maneras ligeramente  diferentes.  En la actualidad hay cuatro grandes escuelas o linajes del budismo tibetano: la  nyingma, la  sakya, la kagyu  y  la  gelug.  Aunque  cada  una  de estas escuelas se desarrolló en épocas diferentes y en distintas regiones del Tíbet, todas  comparten  los  mismos  principios,  prácticas  y  creencias básicos. Las diferencias entre ellas, parecidas a las que existen, según me han dicho, entre las diferentes denominaciones del protestantismo, radican principalmente en la terminología que utilizan y con frecuencia en  variaciones  sutiles  en  la  manera  de  aproximarse  al  saber  y  a  la práctica.

El  más  antiguo  de  estos  linajes  es  la  escuela  nyingma, establecida entre el siglo VII y los inicios del siglo IX de la era cristiana, cuando  el  Tíbet  era  gobernado  por  reyes.  (Nyingma  es  una  palabra tibetana  que  puede  traducirse  aproximadamente  como  “los  antiguos”.) Tristemente, Langdarma, el último  de los reyes tibetanos, inició una violenta represión del budismo por razones políticas y personales. Aun cuando Langdarma sólo reinó cuatro años, antes de ser asesinado en el año  842  de  la  era  cristiana,  durante  casi  150  años  después  de  su muerte  el  antiguo  linaje  de  la  enseñanza  budista  continuó  siendo  en cierto modo un movimiento de resistencia, al tiempo que el Tíbet fue sometido  a  grandes  cambios  políticos  hasta  convertirse  en  una  serie  de reinos feudales sin mayor cohesión entre sí.

Estos cambios políticos permitieron que el budismo fuese reafirmando pausada y silenciosamente su influencia, mientras maestros indios viajaban al Tíbet y estudiantes interesados hacían la ardua travesía a  través  de  los  montes  Himalayas  para  estudiar  bajo  la  dirección  de maestros budistas indios. La orden kagyu fue de las primeras escuelas en echar raíces en el Tíbet durante este periodo. Su nombre viene de la palabra  tibetana  ka,  aproximadamente  traducida  como  “discurso”  o “instrucción”  y  gyu,  esencialmente  traducida  como  “linaje”.  La  escuela kagyu se basa en la tradición de transmitir las instrucciones oralmente de maestro a discípulo, preservando así una pureza de transmisión casi única.

La tradición kagyu se originó en la India en el siglo X de la era cristiana,  cuando  un  hombre  extraordinario  llamado  Tilopa  despertó  a todo  su  potencial.  Por  muchas  generaciones,  los  discernimientos  de Tilopa y las prácticas mediante las cuales llegó a ellos se transmitieron de  maestro  a  discípulo  hasta  que  llegaron  a  Gampopa,  un  tibetano brillante  que  había  abandonado  su  práctica  como  médico  para  seguir las enseñanzas de Buda. Gampopa entonces les transmitió todo lo que había aprendido a cuatro de sus discípulos más promisorios, cada uno de  los  cuales  estableció  su  propia  escuela  en  diferentes  regiones  del Tíbet.

Uno de estos discípulos fue Dusum Khyenpa (apelativo tibetano que puede traducirse como “el vate de los tres tiempos”: el pasado, el presente  y  el  futuro),  quien  fundó  lo  que  hoy  día  se  conoce  como  el linaje  karma  kagyu,  nombre  derivado  de  la  palabra  sánscrita  karma, aproximadamente traducida como “acción” o “actividad”. En la tradición karma  kagyu,  todas  las  enseñanzas,  representadas  en  más  de  cien volúmenes  de  instrucciones  filosóficas  y  prácticas,  son  transmitidas oralmente  por  el  Karmapa  o  maestro  del  linaje  a  un  puñado  de discípulos.  Muchos  de  estos  reencarnan  en  generaciones  sucesivas, con el objeto específico de transmitir la totalidad de las enseñanzas a las próximas reencar-naciones de Karmapas y así mantener y proteger estas  lecciones  incalculables  en  su  pureza  original,  tal  y  como  fueron comunicadas hace más de mil años.

Esta línea de transmisión directa y continua no tiene equivalente en  la  cultura  occidental.  Una  manera  aproximada  de  captar  este concepto  podría  ser  imaginar  que  alguien  como  Albert  Einstein  se acerca a sus mejores estudiantes y les dice: “Perdonen, pero ahora voy a  vaciarles  en  su  cerebro  todo  lo  que  yo  he  aprendido  en  la  vida. Manténgalo  allí  por  un  tiempo,  y  cuando  en  veinte  o  treinta  años  yo vuelva  en  otro  cuerpo,  su  responsabilidad  será volverlo  a  vaciar en el cerebro de algún jovencito en quien ustedes sólo me reconocerán por los conocimientos que les estoy transmitiendo. Ah, y a propósito, sólo por si algo sale mal, tendrán que transmitir todo lo que les he enseñado a un puñado de estudiantes cuyas virtudes podrán reconocer con base en lo que les voy a mostrar ahora, sólo para asegurarnos de que nada se pierda”.

Antes de morir en 1981, el décimo sexto karmapa les pasó todo este precioso conjunto de enseñanzas a varios de sus principales discípulos, conocidos como sus “hijos del corazón”, y les pidió pasarlas a la siguiente encarnación del karmapa y asegurarse de que se mantuvieran intactas  transmitiéndolas  en  su  totalidad  a  otros  estudiantes  excepcionales. Uno de los hijos del corazón del décimo sexto karmapa, el duodécimo  Tai  Situ  Rinpoche,  pensó  que  yo era un estudiante  promisorio y facilitó el que viajara a la India a estudiar bajo la dirección de los  maestros  reunidos  en  el  monasterio  de  Sherab  Ling,  su  principal residencia en ese país.

Como mencioné antes, las diferencias entre los linajes son muy pequeñas  y  generalmente  sólo  implican  variaciones  menores  en  terminología y en la manera de enfocar el estudio. En el linaje nyingma, por ejemplo, del cual mi padre y muchos de mis posteriores profesores eran  considerados  maestros  consumados,  se  alude  a  las  enseñanzas sobre la naturaleza fundamental de la mente con el término dzogchen, palabra tibetana que significa “gran perfección”. En la tradición Kagyu, el linaje en el que originalmente se entrenaron Tai Situ Rinpoche, Saljay Rinpoche y muchos de los maestros que hacían parte de Sherab Ling, se hace referencia a las enseñanzas sobre la esencia de la mente con el vocablo mahamudra, palabra que puede traducirse como “gran sello”.

Hay muy poca diferencia entre los dos corpus de enseñanzas: tal vez las dzogchen se centran más en cultivar un profundo entendimiento de la naturaleza fundamental de la mente, mientras las mahamudra ponen un mayor énfasis en las prácticas que facilitan la experiencia directa de la naturaleza de la mente.

En  la  era  moderna  de  aviones,  automóviles  y  teléfonos,  los maestros y discípulos viajan con más facilidad, de tal manera que las diferencias  que  en  el  pasado  pudieron  haber  surgido  entre  las  distintas escuelas  son  hoy  menos  significativas.  Sin  embargo,  algo  que  no  ha cambiado es la importancia de recibir las enseñanzas directamente de quienes  las  conocen  a  fondo.  Mediante  la  conexión  directa  con  un maestro viviente, se transfiere algo increíblemente precioso: es un tipo de experiencia inmediata, como una sensación de que algo que respira y está vivo pasa del corazón del maestro al corazón del discípulo. De esta manera directa las enseñanzas impartidas en Sherab Ling, durante el programa de retiro de tres años, pasan de maestro a discípulo, y de allí mi gran interés en participar en él.

Tomado de “La alegría de la vida. Descubra el secreto y la ciencia de la felicidad”, Ed. Norma, p. 20-24

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