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martes, 25 de octubre de 2016

ACEPTAR LO INACEPTABLE

La muerte nos aguarda a todos. Pero si aprendemos a reconocer y aceptar la temporalidad, será mucho mejor cuando ese momento llegue.

Traleg Kyabgon

Durante el último siglo o algo así, la muerte se ha convertido en cada vez más institucionalizada y extraída de la experiencia inmediata. Ya no es una experiencia común en términos concretos. Donde en el pasado la gente solía morir en casa, esto ya no sucede, como ya no ocurre espontáneamente el habitual encuentro de parientes y familiares. Ya no es un asunto comunal, sino por el contrario, se esconde de la vista pública, resultando en menos contacto real con la muerte y el morir. Perversamente, la literatura sobre la muerte y el morir ha ido creciendo considerablemente, y la gente está realmente hablando más y más sobre esto, mientras lidia cada vez menos con el hecho práctico. La ironía de esta situación es descrita por Ray Anderson, un teólogo cristiano, en su libro Teología, muerte y morir:

Hay entonces una ambivalencia fundamental acerca de la muerte de la persona contemporánea. La muerte ha sido empujada fuera de la vista y fuera del contexto de la vida diaria. Ya no es la muerte misma un ritual significativo de la vida familiar o social. Sin embargo, hay el surgimiento de una conciencia muy específica de la muerte como una preocupación existencial bastante apartada del caso de la muerte misma.
Curiosamente, la conciencia de la muerte en la forma de los efectos psicológicos de la muerte como una condición de vida ha crecido en proporción inversa al silencio sobre la muerte misma. Donde la muerte era una vez la palabra tácita que acompañaba con comunión y compromiso a los muertos como un rito de vida pública y comunitaria, no había prácticamente ninguna literatura sobre la muerte y el morir.
Es todo lo contrario en la sociedad occidental contemporánea, con un autor indicando que ha revisado más de 800 libros sobre la muerte y el morir y que tiene más de 2.000 artículos sobre el tema en sus archivos. En general, se habla mucho más de la muerte y del morir y mucho menos de la experiencia inmediata de la misma, en términos de realmente tocar a aquellos que se están muriendo, o tener un testimonio de muerte. Vemos mucha muerte simulada en la televisión y etc., pero como regla general, tenemos muy poco contacto inmediato con esto, en comparación con personas que viven en los países en desarrollo, o del pasado.
Por todas estas razones, el miedo siempre presente de la muerte y nuestra falta de contacto con ella, es más importante un encuentro adecuado con los hechos de la muerte y a tratar con el miedo de morir, porque, desde el punto de vista budista, aceptar la muerte es parte de hacer que nuestra vida valga la pena y sea significativa. La vida y la muerte no se ven como completamente separadas y opuestas, sino como dando lugar una a la otra. Conviven de manera complementaria. Para los budistas, el objetivo no es conquistar la muerte sino aceptarla y familiarizarnos con nuestro propio sentido de mortalidad y no permanencia.
Según el budismo, morimos porque somos un producto de causas y condiciones (pratityasamutpada en sánscrito). Sea lo que sea generado es no permanente, está sujeto a la decadencia, a la muerte. Los seres humanos no están exentos, ya que es un proceso natural. Es imposible la vida sin la muerte y viceversa y, por tanto, el objetivo final de la práctica budista incorpora una aceptación de la muerte y un cultivo de una actitud que no la rechaza como algo feo y amenazador que sustrae lejos nuestra vida y por ello algo a ser echado a un lado sin hacerle caso. Ni lleva a pensar a un budista de vivir para siempre. La visión  budista es que todo es no permanente y transitorio, y así muerte y vida están inseparablemente vinculadas con los demás, en todo momento de hecho, incluso mientras vivimos, como el proceso de envejecimiento mismo que es visto como una parte del proceso de morir.
Existe la famosa historia del Buddha abordado por una madre con su bebé muerto en brazos. Ella le ruega al Buddha: "Usted es un ser iluminado; debe tener todos esos poderes extraordinarios, por eso quiero que traiga de vuelta a mi hijo a la vida." El Buddha le dijo: "Bueno, haré esto para usted si antes hace una cosa para mí." "Haré cualquier cosa", respondió ella. Él le contesta: "Quiero que regrese y golpee todas las puertas de esta ciudad y pregunte a cada persona que venga a abrirle la puerta, si nunca nadie ha muerto en su familia y si él o ella le dice que no, entonces, pídale que le dé una semilla de sésamo". La mujer llama a cada puerta que puede, y regresa con las manos vacías, diciéndole al Buddha: "Ya no quiero regresar a mi hijo a la vida, ahora. Entiendo lo que intenta enseñarme". La lección aquí es que la muerte es omnipresente y no es algo que sucede, a veces, a personas particulares, sino que sucede a cada uno de nosotros.
Sabiendo esto puede reducir el aguijón del miedo a la muerte. Es análogo a las personas que comparten algún tipo de problema psicológico o personal. Finalmente todos comienzan a abrirse y hablar con otros con similares problemas, esencialmente a darse cuenta de que todos estamos experimentando lo mismo. De esta manera, el problema se vuelve difuso. La indicación del Buddha a la afligida madre, de que todo el mundo muere, es compasiva porque pensar: "mi hijo, mi hijo, ha muerto, quiero que vuelva" es limitar nuestro enfoque de una manera que genera un enorme problema personal. Es mejor pensar en todas las madres que han perdido a sus hijos y experimentar el mismo dolor, por el que se convierte en más comprensivo. El problema va más allá de lo personal en algo mucho más amplio.
En términos de karma, es una cuestión interesante desde un punto de vista budista preguntar si nuestra muerte está de forma predeterminada. En cierto modo, es factible decir que hay un tiempo predeterminado para morir, como lo determina nuestro karma. Cuando llega el momento de que la muerte se presente, entonces morimos. Este sería el resultado de nuestro karma. Por otro lado, nuestra muerte depende también de un montón de causas y condiciones, por lo que no es predeterminado en ese sentido. Así, está predeterminada en un sentido y no en otro. Siguiendo esta forma, se espera bastante de los budistas, si están enfermos, que busquen atención médica y remedios, o vayan al hospital si es necesario. No que simplemente acepten y digan: "Bueno, debe ser mi karma el morir ahora" y no hacer nada en esta situación, el tiempo puede muy bien no haber llegado todavía, por así decirlo: y si no son cuidadosos, debido a las causas y condiciones puestas en marcha, podrían morir antes de lo necesario. Aun así, a veces, no importa lo que hagamos por vivir, será imposible hacerlo.
Las personas no temen sólo el dolor y el sufrimiento eterno en el infierno, sino la extinción, el no estar, el no existir. Este pensamiento es muy preocupante en sí para mucha gente, y así la eliminación de la idea del infierno no aliviará el miedo de la misma muerte. Tenemos un miedo de morir, como otras criaturas, pero desde una visión budista, esta íntimamente ligado a nuestra noción de un yo. Mientras que la meditación o la contemplación de la muerte puede ser muy confrontador inicialmente, será mucho mejor hacerlo antes que no, precisamente porque el miedo de la muerte está siempre allí, subyacente a todo. El sentido fundamental de la ansiedad está siempre presente, por lo que es mejor traerlo a la superficie y ocuparse de este examen suspendido, porque seguirá influyendo en nuestra vida, a menudo de forma negativa, si es ignorado. También debemos recordar que este tipo de prácticas se realiza en el contexto de otras prácticas budistas, todas las que están diseñadas para incorporar y procesar la gama completa de negatividades de la mente.
A veces se cree que los tibetanos tienen un enfoque diferente a la muerte, habiendo sido criados quizás en medio de esto, pero el hecho de la existencia de instrucciones espirituales específicas especialmente diseñadas para la materia indica que los tibetanos no son diferentes. Ellos tienen miedo, como lo tenemos en occidente, no sólo por sí mismos, sino que también temen dejar detrás a sus hijos y seres queridos, y también desean no envejecer y morir, ni morir joven, en este sentido. El miedo de la muerte es omnipresente y acultural. Todo el mundo lo experimenta, pero una diferencia importante en la tradición budista es el énfasis en el trabajo con ese miedo. Por lo tanto, los tibetanos, si así lo desean, tienen acceso a las tradiciones y prácticas de esta naturaleza. Los monjes por ejemplo, irían a los osarios o cementerios, para practicar y contemplar la no permanencia, lo que podría parecer un poco excesivo para nosotros. En el Tíbet era usual que los osarios estén en el desierto, así eran lugares misteriosos para la práctica, especialmente en uno mismo, y estaba garantizado para vomitar todo tipo de temores. Las trompetas de fémur y otros instrumentos utilizados en estas ocasiones han horrorizado a algunos occidentales, que han descrito estos rituales como chamánicos, incorporando elementos de magia negra, etc. Sin embargo, para los tibetanos, viviendo en condiciones físicas primitivas, estos huesos no tenían cualidades mágicas, sino que eran simplemente recordatorios de la temporalidad, de la fugacidad. Les podía ayudar a lidiar con su miedo a la muerte y también al miedo de morir.
Hay tradiciones budistas, por supuesto, como el Zen, que no tienen tales rituales elaborados como se encuentran en el budismo tibetano que implica mantras, visualizaciones, etc., y están más enfocadas en estar inmediatamente presentes con lo que sucede ahora, evitando que puede tener lugar toda construcción mental, como la mejor forma de preparación para el futuro, incluyendo la eventualidad de la muerte. El resultado final es el mismo. Ambos métodos conducen a la gran aceptación de lo que pasa, y el último objetivo es el mismo, que es aumentar la concienciación y desarrollar la visión penetrante. Además, por supuesto, la visión budista es que la vida y la muerte están indisolublemente ligadas una a la otra, momento tras momento. La muerte del pasado está sucediendo ahora mismo y nunca podemos ver realmente que irá a pasar en el futuro. Podemos decir: Cuando un momento pasa, esto es muerte, y cuando otro aparece, esto es vida o renacimiento. Por tanto, vivir el presente con consciencia, está ligado en una manera fundamental con apreciar la no permanencia.
No importa cuán elaboradas sean ciertas enseñanzas o técnicas de meditación, el objetivo fundamental sigue siendo ocuparse de la experiencia inmediata, aquí y ahora. No tiene nada que ver con lo que podría o no podría suceder en el futuro, o lograr alguna experiencia mística maravillosa en el futuro, porque, como los maestros han subrayado continuamente, tan importante como es el logro de la iluminación, esto ha sido alcanzado a través de estar en el aquí y ahora, de ocuparse de las circunstancias actuales, no por medio de permitir la  especulación sobre qué podría ser la iluminación. Esto no quiere decir que tenemos que ser practicantes budistas para morir de manera pacífica. En última instancia, uno no puede decir, a juzgar por las personalidades de las personas, que morirá pacíficamente. Algunos cristianos mueren muy pacíficamente, mientras que otros luchan; algunos budistas mueren en plena paz, y algunos patalean y gritan, como dicen, y algunos ateos mueren pacíficamente, etc. Una persona muy afable puede llegar a ser muy agresiva y desagradable en el momento de la muerte, negándose a aceptarla, y otros, normalmente personajes odiosos, llegar a ser muy tolerantes y amables. No podemos decir con certeza cómo alguien va a reaccionar a la muerte, pero podemos decir que ciertas meditaciones, incluyendo las de muerte, sin duda ayudarán a una persona aceptarla más fácilmente, aunque nunca podemos estar absolutamente seguros, y llegado el momento puede producir pánico incluso en un practicante dedicado. Pero si sabemos lo que está sucediendo, es probable ser mucho menos conflictivo.

Esto nos lleva al factor decisivo de ver la lectura, la meditación y la contemplación como conjuntadas. No debemos estar satisfechos sólo de pensar en la no permanencia y la muerte; tenemos que tener la experiencia real, que viene de la meditación. Leer sobre el enfoque del budismo acerca de la muerte es importante, pero es necesario que se vuelva una preocupación existencial y sea traducido en algo aproximado a una intuición real o un encuentro real con la muerte. Siguiendo un camino así evitará que nuestro conocimiento se evapore en la experiencia real. Desde un punto de vista budista, mucho depende de nuestros hábitos y así pensando en la muerte de cierta manera nos ayuda a acostumbrarse a esto, estar habituado a esto. Por lo tanto una transformación real tiene que ocurrir en un nivel emocional e intelectual. La mayoría de nosotros tenemos un grado razonable de comprensión intelectual de los hechos, pero eso no es realmente el punto principal. Un sentido de transitoriedad debe ser sentido y experimentado. Si entendemos esto verdaderamente, manejaremos todas nuestras tribulaciones mucho mejor, como cuando se rompen nuestras relaciones, cuando nos divorciamos, cuando nos separamos de nuestros seres queridos, cuando los parientes mueren. Nosotros nos encargaremos de todas estas situaciones de manera diferente, ahora con una apreciación más cierta de la no permanencia de la que tendríamos de otro modo.
Saber en un sentido abstracto de que todos mueren o de que todo es no permanente es diferente de experimentar la no permanencia, cara a cara cada día de vida. Si hemos sentido la no permanencia, entonces las tragedias son fáciles de tratar porque nos aferramos completamente a que todo es  temporal y transitorio y nada dura para siempre. Como dijo el Buda, tomamos contacto con personas y cosas que no queremos entrar en contacto y somos separados de personas y cosas con las que queremos permanecer, y así es, en realidad, cómo son las cosas.  De manera similar, cuando ocurre la muerte, puede ser aún así una experiencia muy terrible, pero podemos ser capaces de mantener ese sentido de conciencia. El miedo puede aún estar presente, pero es muy importante mantener un sentido de equilibrio. Los meditadores budistas pueden conseguir separarse de su pareja y experimentar gran estrés y pesar, pero no pueden someterse tan completamente a ese pesar que les embarga, y esto también se aplica con respecto a su propia muerte.


Traleg Kyabgon, fallecido en 2012, fue fundador del instituto Kagyu E-Vam, establecido en Melbourne, Australia. Fue autor de muchos libros, incluyendo The Essence of Buddhism and Mind at Ease.
De Karma de Traleg Kyabgon, © 2015 Traleg Kyabgon. Reproducido con convenio con Shambhala Publications Inc., Boston, MA.
Imagen: José Manuel Ríos Valiente/Flickr
 versión al español, el editor


lunes, 16 de noviembre de 2015


ACEPTAR LO INACEPTABLE

La muerte nos aguarda a todos. Pero si aprendemos a reconocer y aceptar la temporalidad, será mucho mejor cuando ese momento llegue.

Traleg Kyabgon


Durante el último siglo o algo así, la muerte se ha convertido en cada vez más institucionalizada y extraída de la experiencia inmediata. Ya no es una experiencia común en términos concretos. Donde en el pasado la gente solía morir en casa, esto ya no sucede, como ya no ocurre espontáneamente el habitual encuentro de parientes y familiares. Ya no es un asunto comunal, sino por el contrario, se esconde de la vista pública, resultando en menos contacto real con la muerte y el morir. Perversamente, la literatura sobre la muerte y el morir ha ido creciendo considerablemente, y la gente está realmente hablando más y más sobre esto, mientras lidia cada vez menos con el hecho práctico. La ironía de esta situación es descrita por Ray Anderson, un teólogo cristiano, en su libro Teología, muerte y morir:

Hay entonces una ambivalencia fundamental acerca de la muerte de la persona contemporánea. La muerte ha sido empujada fuera de la vista y fuera del contexto de la vida diaria. Ya no es la muerte misma un ritual significativo de la vida familiar o social. Sin embargo, hay el surgimiento de una conciencia muy específica de la muerte como una preocupación existencial bastante apartada del caso de la muerte misma.
Curiosamente, la conciencia de la muerte en la forma de los efectos psicológicos de la muerte como una condición de vida ha crecido en proporción inversa al silencio sobre la muerte misma. Donde la muerte era una vez la palabra tácita que acompañaba con comunión y compromiso a los muertos como un rito de vida pública y comunitaria, no había prácticamente ninguna literatura sobre la muerte y el morir.
Es todo lo contrario en la sociedad occidental contemporánea, con un autor indicando que ha revisado más de 800 libros sobre la muerte y el morir y que tiene más de 2.000 artículos sobre el tema en sus archivos. En general, se habla mucho más de la muerte y del morir y mucho menos de la experiencia inmediata de la misma, en términos de realmente tocar a aquellos que se están muriendo, o tener un testimonio de muerte. Vemos mucha muerte simulada en la televisión y etc., pero como regla general, tenemos muy poco contacto inmediato con esto, en comparación con personas que viven en los países en desarrollo, o del pasado.
Por todas estas razones, el miedo siempre presente de la muerte y nuestra falta de contacto con ella, es más importante un encuentro adecuado con los hechos de la muerte y a tratar con el miedo de morir, porque, desde el punto de vista budista, aceptar la muerte es parte de hacer que nuestra vida valga la pena y sea significativa. La vida y la muerte no se ven como completamente separadas y opuestas, sino como dando lugar una a la otra. Conviven de manera complementaria. Para los budistas, el objetivo no es conquistar la muerte sino aceptarla y familiarizarnos con nuestro propio sentido de mortalidad y no permanencia.
Según el budismo, morimos porque somos un producto de causas y condiciones (pratityasamutpada en sánscrito). Sea lo que sea generado es no permanente, está sujeto a la decadencia, a la muerte. Los seres humanos no están exentos, ya que es un proceso natural. Es imposible la vida sin la muerte y viceversa y, por tanto, el objetivo final de la práctica budista incorpora una aceptación de la muerte y un cultivo de una actitud que no la rechaza como algo feo y amenazador que sustrae lejos nuestra vida y por ello algo a ser echado a un lado sin hacerle caso. Ni lleva a pensar a un budista de vivir para siempre. La visión  budista es que todo es no permanente y transitorio, y así muerte y vida están inseparablemente vinculadas con los demás, en todo momento de hecho, incluso mientras vivimos, como el proceso de envejecimiento mismo que es visto como una parte del proceso de morir.
Existe la famosa historia del Buddha abordado por una madre con su bebé muerto en brazos. Ella le ruega al Buddha: "Usted es un ser iluminado; debe tener todos esos poderes extraordinarios, por eso quiero que traiga de vuelta a mi hijo a la vida." El Buddha le dijo: "Bueno, haré esto para usted si antes hace una cosa para mí." "Haré cualquier cosa", respondió ella. Él le contesta: "Quiero que regrese y golpee todas las puertas de esta ciudad y pregunte a cada persona que venga a abrirle la puerta, si nunca nadie ha muerto en su familia y si él o ella le dice que no, entonces, pídale que le dé una semilla de sésamo". La mujer llama a cada puerta que puede, y regresa con las manos vacías, diciéndole al Buddha: "Ya no quiero regresar a mi hijo a la vida, ahora. Entiendo lo que intenta enseñarme". La lección aquí es que la muerte es omnipresente y no es algo que sucede, a veces, a personas particulares, sino que sucede a cada uno de nosotros.
Sabiendo esto puede reducir el aguijón del miedo a la muerte. Es análogo a las personas que comparten algún tipo de problema psicológico o personal. Finalmente todos comienzan a abrirse y hablar con otros con similares problemas, esencialmente a darse cuenta de que todos estamos experimentando lo mismo. De esta manera, el problema se vuelve difuso. La indicación del Buddha a la afligida madre, de que todo el mundo muere, es compasiva porque pensar: "mi hijo, mi hijo, ha muerto, quiero que vuelva" es limitar nuestro enfoque de una manera que genera un enorme problema personal. Es mejor pensar en todas las madres que han perdido a sus hijos y experimentar el mismo dolor, por el que se convierte en más comprensivo. El problema va más allá de lo personal en algo mucho más amplio.
En términos de karma, es una cuestión interesante desde un punto de vista budista preguntar si nuestra muerte está de forma predeterminada. En cierto modo, es factible decir que hay un tiempo predeterminado para morir, como lo determina nuestro karma. Cuando llega el momento de que la muerte se presente, entonces morimos. Este sería el resultado de nuestro karma. Por otro lado, nuestra muerte depende también de un montón de causas y condiciones, por lo que no es predeterminado en ese sentido. Así, está predeterminada en un sentido y no en otro. Siguiendo esta forma, se espera bastante de los budistas, si están enfermos, que busquen atención médica y remedios, o vayan al hospital si es necesario. No que simplemente acepten y digan: "Bueno, debe ser mi karma el morir ahora" y no hacer nada en esta situación, el tiempo puede muy bien no haber llegado todavía, por así decirlo: y si no son cuidadosos, debido a las causas y condiciones puestas en marcha, podrían morir antes de lo necesario. Aun así, a veces, no importa lo que hagamos por vivir, será imposible hacerlo.
Las personas no temen sólo el dolor y el sufrimiento eterno en el infierno, sino la extinción, el no estar, el no existir. Este pensamiento es muy preocupante en sí para mucha gente, y así la eliminación de la idea del infierno no aliviará el miedo de la misma muerte. Tenemos un miedo de morir, como otras criaturas, pero desde una visión budista, esta íntimamente ligado a nuestra noción de un yo. Mientras que la meditación o la contemplación de la muerte puede ser muy confrontador inicialmente, será mucho mejor hacerlo antes que no, precisamente porque el miedo de la muerte está siempre allí, subyacente a todo. El sentido fundamental de la ansiedad está siempre presente, por lo que es mejor traerlo a la superficie y ocuparse de este examen suspendido, porque seguirá influyendo en nuestra vida, a menudo de forma negativa, si es ignorado. También debemos recordar que este tipo de prácticas se realiza en el contexto de otras prácticas budistas, todas las que están diseñadas para incorporar y procesar la gama completa de negatividades de la mente.
A veces se cree que los tibetanos tienen un enfoque diferente a la muerte, habiendo sido criados quizás en medio de esto, pero el hecho de la existencia de instrucciones espirituales específicas especialmente diseñadas para la materia indica que los tibetanos no son diferentes. Ellos tienen miedo, como lo tenemos en occidente, no sólo por sí mismos, sino que también temen dejar detrás a sus hijos y seres queridos, y también desean no envejecer y morir, ni morir joven, en este sentido. El miedo de la muerte es omnipresente y acultural. Todo el mundo lo experimenta, pero una diferencia importante en la tradición budista es el énfasis en el trabajo con ese miedo. Por lo tanto, los tibetanos, si así lo desean, tienen acceso a las tradiciones y prácticas de esta naturaleza. Los monjes por ejemplo, irían a los osarios o cementerios, para practicar y contemplar la no permanencia, lo que podría parecer un poco excesivo para nosotros. En el Tíbet era usual que los osarios estén en el desierto, así eran lugares misteriosos para la práctica, especialmente en uno mismo, y estaba garantizado para vomitar todo tipo de temores. Las trompetas de fémur y otros instrumentos utilizados en estas ocasiones han horrorizado a algunos occidentales, que han descrito estos rituales como chamánicos, incorporando elementos de magia negra, etc. Sin embargo, para los tibetanos, viviendo en condiciones físicas primitivas, estos huesos no tenían cualidades mágicas, sino que eran simplemente recordatorios de la temporalidad, de la fugacidad. Les podía ayudar a lidiar con su miedo a la muerte y también al miedo de morir.
Hay tradiciones budistas, por supuesto, como el Zen, que no tienen tales rituales elaborados como se encuentran en el budismo tibetano que implica mantras, visualizaciones, etc., y están más enfocadas en estar inmediatamente presentes con lo que sucede ahora, evitando que puede tener lugar toda construcción mental, como la mejor forma de preparación para el futuro, incluyendo la eventualidad de la muerte. El resultado final es el mismo. Ambos métodos conducen a la gran aceptación de lo que pasa, y el último objetivo es el mismo, que es aumentar la concienciación y desarrollar la visión penetrante. Además, por supuesto, la visión budista es que la vida y la muerte están indisolublemente ligadas una a la otra, momento tras momento. La muerte del pasado está sucediendo ahora mismo y nunca podemos ver realmente que irá a pasar en el futuro. Podemos decir: Cuando un momento pasa, esto es muerte, y cuando otro aparece, esto es vida o renacimiento. Por tanto, vivir el presente con consciencia, está ligado en una manera fundamental con apreciar la no permanencia.
No importa cuán elaboradas sean ciertas enseñanzas o técnicas de meditación, el objetivo fundamental sigue siendo ocuparse de la experiencia inmediata, aquí y ahora. No tiene nada que ver con lo que podría o no podría suceder en el futuro, o lograr alguna experiencia mística maravillosa en el futuro, porque, como los maestros han subrayado continuamente, tan importante como es el logro de la iluminación, esto ha sido alcanzado a través de estar en el aquí y ahora, de ocuparse de las circunstancias actuales, no por medio de permitir la  especulación sobre qué podría ser la iluminación. Esto no quiere decir que tenemos que ser practicantes budistas para morir de manera pacífica. En última instancia, uno no puede decir, a juzgar por las personalidades de las personas, que morirá pacíficamente. Algunos cristianos mueren muy pacíficamente, mientras que otros luchan; algunos budistas mueren en plena paz, y algunos patalean y gritan, como dicen, y algunos ateos mueren pacíficamente, etc. Una persona muy afable puede llegar a ser muy agresiva y desagradable en el momento de la muerte, negándose a aceptarla, y otros, normalmente personajes odiosos, llegar a ser muy tolerantes y amables. No podemos decir con certeza cómo alguien va a reaccionar a la muerte, pero podemos decir que ciertas meditaciones, incluyendo las de muerte, sin duda ayudarán a una persona aceptarla más fácilmente, aunque nunca podemos estar absolutamente seguros, y llegado el momento puede producir pánico incluso en un practicante dedicado. Pero si sabemos lo que está sucediendo, es probable ser mucho menos conflictivo.
Esto nos lleva al factor decisivo de ver la lectura, la meditación y la contemplación como conjuntadas. No debemos estar satisfechos sólo de pensar en la no permanencia y la muerte; tenemos que tener la experiencia real, que viene de la meditación. Leer sobre el enfoque del budismo acerca de la muerte es importante, pero es necesario que se vuelva una preocupación existencial y sea traducido en algo aproximado a una intuición real o un encuentro real con la muerte. Siguiendo un camino así evitará que nuestro conocimiento se evapore en la experiencia real. Desde un punto de vista budista, mucho depende de nuestros hábitos y así pensando en la muerte de cierta manera nos ayuda a acostumbrarse a esto, estar habituado a esto. Por lo tanto una transformación real tiene que ocurrir en un nivel emocional e intelectual. La mayoría de nosotros tenemos un grado razonable de comprensión intelectual de los hechos, pero eso no es realmente el punto principal. Un sentido de transitoriedad debe ser sentido y experimentado. Si entendemos esto verdaderamente, manejaremos todas nuestras tribulaciones mucho mejor, como cuando se rompen nuestras relaciones, cuando nos divorciamos, cuando nos separamos de nuestros seres queridos, cuando los parientes mueren. Nosotros nos encargaremos de todas estas situaciones de manera diferente, ahora con una apreciación más cierta de la no permanencia de la que tendríamos de otro modo.
Saber en un sentido abstracto de que todos mueren o de que todo es no permanente es diferente de experimentar la no permanencia, cara a cara cada día de vida. Si hemos sentido la no permanencia, entonces las tragedias son fáciles de tratar porque nos aferramos completamente a que todo es  temporal y transitorio y nada dura para siempre. Como dijo el Buda, tomamos contacto con personas y cosas que no queremos entrar en contacto y somos separados de personas y cosas con las que queremos permanecer, y así es, en realidad, cómo son las cosas.  De manera similar, cuando ocurre la muerte, puede ser aún así una experiencia muy terrible, pero podemos ser capaces de mantener ese sentido de conciencia. El miedo puede aún estar presente, pero es muy importante mantener un sentido de equilibrio. Los meditadores budistas pueden conseguir separarse de su pareja y experimentar gran estrés y pesar, pero no pueden someterse tan completamente a ese pesar que les embarga, y esto también se aplica con respecto a su propia muerte.


Traleg Kyabgon, fallecido en 2012, fue fundador del instituto Kagyu E-Vam, establecido en Melbourne, Australia. Fue autor de muchos libros, incluyendo The Essence of Buddhism and Mind at Ease.
De Karma de Traleg Kyabgon, © 2015 Traleg Kyabgon. Reproducido con convenio con Shambhala Publications Inc., Boston, MA.
Imagen: José Manuel Ríos Valiente/Flickr


domingo, 26 de julio de 2015

Abandonando la experiencia espiritual

Dejar de aferrarse a los momentos cumbre y abrirse a la realización verdadera.


Traleg Kyabgon Rinpoche



Experiencias espirituales y realización

Habrá todo tipo de experiencias en el camino espiritual. Los períodos positivos de desarrollo — que son tranquilizadores y reconfortantes — son una parte importante del proceso. Es importante tener en cuenta, sin embargo, que incluso las experiencias positivas fluctuarán. Raramente, o nunca, percibiremos un desarrollo constante de ellas, precisamente porque las experiencias son inestables por naturaleza. Disfrutar de una serie de buenas experiencias no garantiza que continúen indefinidamente; pueden parar de repente. No obstante, siguen siendo una parte importante de la práctica espiritual, no menos importante porque ayudan a mantener nuestra motivación para seguir practicando.

La manera en que estas experiencias positivas se presentan también varía enormemente. Usted puede tener algunas experiencias increíblemente conmovedoras, algo como que un despertar espiritual parece surgir de la nada. De hecho, tales experiencias no vienen realmente de la nada; las condiciones psíquicas siempre las precederán, aunque aparecen como independientes de nuestra experiencia consciente. También pueden desaparecer tan rápidamente como aparecen. Otras veces, ciertas experiencias crecerán durante un período de tiempo, tendrán un auge y luego poco a poco se desvanecerán otra vez.
Como practicantes espirituales, somos instruidos en no dar demasiada importancia a esas experiencias. El consejo es resistir la tentación de fijarse en las experiencias mismas. Las experiencias vendrán y pasarán. Cada experiencia tiene que ser dejada ir o la mente se cerrará simplemente en su fijación de esa experiencia, dejando poco o ningún espacio para que surjan nuevas experiencias. Esto es porque su fijación fomentará preocupaciones y dudas que surgen en la mente e interferirán en el proceso de desarrollo. Si no hay ninguna fijación interviniendo en el proceso, las experiencias espirituales positivas comenzarán a llevarlo a las realizaciones espirituales.
En el budismo, podemos distinguir entre experiencias espirituales y realizaciones espirituales. Las experiencias espirituales suelen ser más vívidas e intensas que las realizaciones, porque generalmente van acompañadas de cambios fisiológicos y psicológicos. Las realizaciones, por otro lado, pueden ser sentidas, pero las experiencias son menos marcadas. La realización es sobre adquirir percepción penetrante. Por lo tanto, aunque las realizaciones surgen de nuestras experiencias espirituales, no son idénticas a ellas. Las realizaciones espirituales se consideran mucho más importantes porque ellas no pueden fluctuar.
La distinción entre experiencias espirituales y realizaciones se enfatiza continuamente en el pensamiento budista. Si evitamos fijarnos excesivamente en nuestras experiencias, estaremos sometidos a menos estrés en nuestra práctica. Sin ese estrés, seremos más capaces de hacer frente a lo que surge, se reducirá enormemente la posibilidad de padecer trastornos psíquicos y notaremos un cambio significativo en la textura fundamental de nuestra experiencia.
Hay muchas relatos en la literatura budista tibetana de cómo pueden surgir los disturbios espirituales, pero todos apuntan como causa la fijación en las experiencias. La fijación en nuestras experiencias es vista como otra variación de la fijación en el yo.
En el contexto general del viaje espiritual, es importante recordar que la auto transformación es un proceso continuo, no un evento único. No se puede decir: "Solía ser una persona no espiritual, pero ahora me he transformado en una persona espiritual. Mi viejo yo está muerto.” Nosotros constantemente estamos siendo transformados cuando viajamos en el camino. Mientras podemos ser la misma persona en un nivel, en otro nivel somos diferente. Siempre hay una continuidad, y aún en cada punto de inflexión en el viaje nos hemos transformado porque ciertos hábitos han sido dejados a un lado. El viaje espiritual es dinámico y siempre tiende hacia adelante porque no estamos fijándonos en las cosas.

Dejar ir

El viaje espiritual, entonces, es un camino de desprendimiento, de un proceso de aprender a soltar. Todos nuestros problemas, miserias e infelicidad son causadas por la fijación, aferrarse a las cosas y no ser capaces de soltarlas. Primero, tenemos que dejar la fijación en las cosas materiales. Esto no significa necesariamente deshacernos de todas nuestras posesiones materiales, sino implica que no debemos buscar una felicidad duradera en las cosas materiales. Normalmente, nuestra posición en la vida, nuestra familia, nuestra posición en la comunidad, etc., son consideradas la fuente de nuestra felicidad. Esta perspectiva tiene que invertirse, según las enseñanzas espirituales, renunciando a la fijación en las cosas materiales.
Soltar la fijación es efectivamente un proceso de aprender a ser libre, porque cada vez que soltamos algo, nos liberamos de ello. Sea lo que sea en lo que nos fijamos nos limita, porque la fijación nos hace dependientes de algo distinto de nosotros mismos. Cada vez que soltamos algo, experimentamos otro nivel de libertad.
Finalmente, con el fin de ser totalmente libres, aprendemos a dejar ir los conceptos. En definitiva, necesitamos renunciar a la fijación en la cosificación de los conceptos, de las cosas siendo "esto" o "aquello". Reflexionar en esto y en lo que nos ata a una forma particular de experimentar las cosas. Hasta las experiencias espirituales no se darán completas, espontáneas, sin mediación de la expresión en la medida en que la clase de distinción conceptual más sutil esté presente. La experiencia aún estará mediada, adulterada y contaminada por todo tipo de contenidos psíquicos cuando hacemos discriminaciones. Por lo tanto, seguirá siendo siempre imposible ser verdaderamente libres.
El paso final en el proceso de dejar ir es renunciar a la idea de que la corrupción material y la libertad espiritual son inequívocamente opuestas la una a la otra y que tenemos que renunciar a la anterior para alcanzar la última. Mientras que esto es una distinción importante a observar al principio del viaje espiritual, tenemos que superar esa dualidad. Tenemos que trascender tanto la seducción del placer samsárico que resulta ser tan ilusorio como la seducción de nuestro objetivo espiritual que parece estar ofreciendo la felicidad eterna. Una vez que la atracción entre estos dos polos es armonizada y trascendida, estamos listos para volver a casa.

La fructificación del camino espiritual

El objetivo final de la jornada espiritual es darse cuenta de la unión de su mente y la realidad última. Descubrir finalmente que no sólo está en la realidad, sino que también encarna esa realidad. Su cuerpo ordinario se convierte en el cuerpo de un buda, su habla ordinaria se convierte en el habla de un buda, y su mente ordinaria se convierte en la mente de un buda. Esta es la gran transición que tienes que hacer, renunciar a su fijación en la separación de los seres samsáricos y budas. Cuando podemos hablar de ellos como realmente lo mismo, cuando esta transformación real se produce en un individuo, es algo verdaderamente grande. Es notable porque un ser ordinario, confundido aún, conserva esa continuidad preexistente entre un ser ordinario y un ser iluminado, en el sentido de que lo que en lo que usted se transforma es lo que siempre ha sido. Al final del viaje, usted simplemente regresa a casa.

Sin embargo, el viaje mismo era absolutamente necesario. Era necesario para abandonar su entorno familiar y aventurarse a través de diversas pruebas y tribulaciones. Era necesario enfrentarse con muchas cosas inesperadas, lidiar con sus fuerzas demoníacas interiores. Era necesario ir a través de la lucha espiritual y participar en disciplinas vigorosas. La lucha espiritual es valiosa para la purificación de la mente. Su mente tiene que ser limpiada de las ilusiones y emociones conflictivas que son el producto de vuestro karma, el producto de los pensamientos negativos y de las acciones que se han acumulado en vuestro continuo mental durante un largo período de tiempo.
Después de un punto, sin embargo, tiene que facilitar esta lucha. En tanto se avance en el camino, las cualidades positivas requeridas para más progreso se convertirán en parte suya, y poco a poco aprenderá a asimilar y convertirse en estas cualidades positivas, en lugar de considerarlas como algo a ser alcanzado y poseído. Así que después del foco inicial en el aprendizaje de cómo reemplazar vicios con virtudes, debemos aprender a dejar ir nuestra fijación en las virtudes. Tenemos que dejar de pensar en acumular virtudes, cualidades espirituales, experiencias y realizaciones como si fueran una forma de riqueza. No requerimos riqueza espiritual; más aún, la riqueza espiritual sólo puede ser acumulada por la no fijación en ella. Todas las fijaciones conducen solamente a todo tipo de problemas; envidia, posesividad y egoísmo, por ejemplo. Es entonces que realmente nos perdemos y erramos por el sendero espiritual.
En tanto nuestras cualidades virtuosas de amor, compasión, alegría, coraje, determinación, voluntad, atención consciente, consciencia y sabiduría se desarrollan, progresamos más en el camino. En algún momento, tenemos que lograr un acto final de desprendimiento, que es dejar completamente de cosificar los conceptos. Incluso los conceptos de virtud y vicio, redención, karma y liberación tienen que ser abandonados. A modo de ejemplo, me gustaría compartir una historia de la tradición Zen.
No es extraño para los estudiantes de meditación Zen mantener un contacto regular con sus maestros acerca de su progreso espiritual. En esta historia particular, un estudiante de Zen tiene una predilección por escribir cada mes a su maestro contándole sobre su desarrollo. Sus cartas comenzaron a tomar un giro místico cuando él escribió: "Estoy experimentando una unicidad con el universo". Cuando su maestro recibió esta carta, simplemente la miró y la tiró lejos. Al siguiente mes el estudiante escribió: "He descubierto que la divinidad está presente en todo". Su maestro usó esta carta para encender su fuego. Un mes más tarde, el estudiante se había vuelto aún más extático y escribió: "El misterio del uno y muchos se me ha revelado ante mi asombro," ante lo cual su maestro bostezó. Al mes siguiente, llegó otra carta, que simplemente decía: "No hay ningún yo, nadie nace y nadie muere". Ante esto su maestro levantó sus manos desesperado. Después de la cuarta carta, el estudiante dejó de escribir a su maestro, y después de un año, el maestro comenzó a sentirse preocupado y escribió a su alumno, pidiéndole que le mantuviera informado de su progreso espiritual. El estudiante escribió en la parte posterior de la misiva las palabras: "¿A quién le importa?" Cuando el maestro leyó esto, sonrió y dijo: "¡Por fin! ¡Finalmente lo entendió!"
Al final del viaje, usted podrá ser capaz de participar en todo, tanto en lo material como en los planos espirituales sin ser contaminados por ellos, porque un ser espiritualmente realizado ya no es más afectado por el mundo de la misma manera como le pasa a una persona ordinaria. Sin pasar por las pruebas y tribulaciones de este viaje, sin embargo, usted nunca encontrará su hogar. Simplemente no puede quedarse en casa y decir: "Estoy donde quiero estar." Es sólo el viaje el que le hace darse cuenta de su verdadero potencial, y sólo al final del viaje, comprenderá que el objetivo no es separarse del punto de partida. Es el logro de la budeidad, el estado natural de vuestra propia mente.

Traleg Kyabgon Rinpoche es el presidente y  director espiritual del Kagyu E-Vam Buddhist Institute, establecido en Melbourne, Australia. De: Mind At Ease: Self-Liberation Through Mahamudra Meditation, © 2004 de Traleg Kyabgon. Publicado con autorización de Shambhala Publications.


Versión al español M.N.G.