miércoles, 8 de octubre de 2014

LA ENSEÑANZA DE LOS TRES 

SEÑORES DEL MATERIALISMO

Pema Chödron


Una enseñanza que nos ofrece soporte en este proceso de desbloquear la bodhicitta es esta de los tres señores del materialismo. Son tres los modos con que nos escudamos de la fluidez de la bodhicitta, un mundo no inmovilizado; tres estrategias que empleamos para darnos la ilusión de seguridad. Esta enseñanza nos anima a familiarizarnos con estas tres estrategias del ego, para ver lucidamente como continuamos buscando confort y facilidad que sólo fortalece nuestros miedos.

El primero de los tres señores del materialismo es llamado el Señor de la forma. Este representa el cómo buscamos que lo externo nos ofrezca un sólido fundamento. Podemos comenzar prestando atención a nuestros métodos de escape. ¿Qué hago cuando me siento ansioso(a) y deprimido(a), aburrido(a) y solitario(a)? ¿Es mi evasión, la “terapia de comprar”? ¿O cambio a alcohol o comida? ¿O me animo con drogas o sexo, o buscando aventuras? ¿O prefiero retirarme en la belleza de la naturaleza o en el mundo delicioso ofrecido por un libro realmente bueno? ¿O lleno el espacio llamando por teléfono, surfeando en internet, viendo por horas la TV? Algunos de estos métodos son dañinos, algunos son chistosos, otros hasta benignos. La cuestión es que podemos abusar de cualquier sustancia o actividad para alejarnos de la inseguridad. Cuando nos volvemos adictos al señor de la forma, estamos creando las causas y condiciones para intensificar el sufrimiento. No importa cuán duro lo intentemos, no podemos conseguir alguna satisfacción duradera. En lugar de tener verdaderos sentimientos, estamos intentando escapar de conseguir fortaleza.

Una analogía tradicional para el dolor originado por el señor de la forma es la de un ratón cogido en una trampa porque no pudo resistir comer el queso. El Dalai Lama ofrece un vuelco interesante a esta analogía. Dice que cuando era un niño en el Tíbet frecuentemente trataba de atrapar al ratón, no porque deseaba matarlo, sino porque buscaba ganarle. Dice que el ratón en Tíbet puede ser más inteligente que el ratón ordinario, porque nunca capturaba exitosamente a alguno. Por el contrario se volvían sus modelos de conducta iluminada. El Dalai Lama sentía eso, muy distinto a nosotros, pues ellos habían figurado que la mejor cosa que podían hacer para sí mismos era refrenarse del corto placer del queso para tener el gran placer de vivir. El Dalai Lama nos invita a seguir su ejemplo.

No importa cómo intentemos atrapar, nuestra reacción común es no volvernos curiosos sobre qué sucede. No investigamos naturalmente las estrategias del ego. Muchos de nosotros solo buscamos ciegamente por algo familiar que nos relacione con el alivio y luego nos preguntamos por qué estamos insatisfechos. El abordaje radical de la práctica de la bodhicitta es prestar atención a lo que hacemos. Sin juzgar, nos preparamos en el amable reconocer de cualquier cosa que pase. Finalmente, podemos decidir poner alto a dañarnos con los mismos modos antiguos.
El segundo de los señores del materialismo es el Señor del habla. El señor del habla representa el cómo empleamos toda clase de opiniones para darnos la ilusión de certidumbre sobre la naturaleza de la realidad. Cualquier “ismo” – político, ecológico, filosófico, espiritual – puede ser mal usado de este modo. “Políticamente correcto” es un buen ejemplo de cómo opera este señor. Cuando creemos en la corrección de nuestro punto de vista, podemos tener mucha estrechez mental y prejuicio sobre las fallas de otra gente.

Por ejemplo, ¿Cómo reacciono cuando mis creencias sobre el gobierno son cuestionadas? ¿Cómo, en el caso que otros no aceptan lo que siento sobre la homosexualidad o los derechos de la mujer o el medioambiente? ¿Qué pasa cuando mis ideas sobre fumar o beber son impugnadas? ¿Qué hago cuando mis convicciones religiosas no son compartidas?

Los nuevos practicantes frecuentemente abrazan con entusiasmo apasionado la meditación o las enseñanzas budistas. Nos sentimos parte de un nuevo grupo, contentos de contar con una nueva perspectiva. ¿Pero, luego, juzgamos a la gente que ve el mundo de diferente modo? ¿Cerramos nuestras mentes a los demás porque no creen en el karma?

El problema no es con lo que creemos, sino cómo empleamos eso para conseguir tierra firme bajo nuestros pies, cómo lo usamos para sentirnos bien y hacer que alguien más se sienta equivocado, cómo lo tratamos para evitar sentir el desasosiego de no saber qué está pasando. Lo que me recuerda a un amigo que conocí en los sesentas, cuya pasión era protestar contra la injusticia. Siempre buscaba eso, como si un conflicto le gustara ser resuelto, él deseaba hundirse en un tipo de desesperanza. Cuando aparecía una nueva causa de atropello, nuevamente se volvía eufórico.
Javis Jay Masters es mi amigo budista que vive en prisión a la espera de su ejecución. En su libro Finding Freedom [Encontrando la libertad] cuenta una historia sobre qué sucede cuando somos seducidos por el señor del habla.

Una noche estaba sentado en su cama leyendo, cuando su vecino de celda, Omar, le gritó: “Eh, Javis, busca el canal siete.” Javis tenía la pantalla sin sonido. Buscó y vio un grupo de gente enfurecida moviendo sus brazos en el aire. Dijo: “Oye, Omar, ¿qué es lo que pasa?” y su vecino le respondió: “Es el Ku Klux Khan, Javis, están protestando y gritando sobre como todo es culpa de los negros y los judíos.”

Minutos después, Omar volvió a gritar: “Oye, Javis, mira lo que pasa ahora.” Javis buscó en la televisión y vio un gran grupo de gente marchando, agitando pancartas y consiguiendo ser arrestada. Él comentó: “Sólo puedo ver que son gente enojada acerca de algo. ¿Qué pasa con esta gente?” Omar le contestó: “Javis esa es una demostración de ambientalistas. Están pidiendo poner fin a la tala de árboles y a la matanza de focas y todo lo demás. Mira que una mujer se muestra enfurecida frente al micrófono y toda esa gente gritando.”

Diez minutos después, Omar le llamó otra vez: “¡Oye, Javis! ¿Estás aún mirando? ¿Puedes ver lo que está pasando ahora?” Javis miro y otra vez vio alguna gente en traje elegante que se encontraban en un tumulto sobre algo. Le preguntó: “¿Qué pasa con esos tipos?” y Omar contestó: “Javis, son el presidente y los senadores de Estados Unidos y están discutiendo y arguyendo en la TV nacional, cada uno tratando de convencer al público de que el otro es culpable de la terrible economía.”
Javis, dijo: “Bien, Omar, estoy seguro que aprendí algo interesante esta noche. Aunque ellos se vistan como Klan o ambientalistas o con trajes realmente caros, toda esta gente tiene las mismas caras amargas.”

Ser capturados por el señor del habla puede comenzar con tan solo una convicción razonable de que lo que sentimos es verdadero. Sin embargo, si nos encontramos volviéndonos justamente indignados, es una indicación segura de que iremos más allá y que nuestra capacidad de efectuar cambios terminará obstruida. Las creencias e ideales solo se vuelven otro modo de colocar murallas.

El tercer señor, el señor de la mente, emplea, para todo, estrategias más sutiles y seductoras. El  señor de la mente se pone en juego cuando intentamos evitar el desasosiego buscando estados especiales de la mente. Así, podemos usar drogas. Podemos emplear deportes. Podemos enamorarnos. Podemos recurrir a prácticas espirituales. Existen numerosas maneras de conseguir estados alterados de la mente. Estos estados especiales resultan adictivos. Se sienten bien al quedar un momento libres de nuestra experiencia mundana. Pero queremos más. Por ejemplo, los nuevos meditadores con frecuencia tienen la expectativa de que con la preparación puedan trascender el dolor de la vida ordinaria. En su desilusión, por decir lo menos, se dice toman contacto con lo denso de las cosas, quedando abiertos y receptivos al aburrimiento así como al gozo.

A veces, de la nada, la gente tiene experiencias maravillosas. Recientemente una abogada me dijo que estacionada en una esquina esperando el cambio de luz, ocurrió una cosa extraordinaria. De improviso su cuerpo se expandió hasta sentirse tan grande como todo el universo. Sintió instintivamente que ella y el universo eran uno. No tenía ninguna duda que eso estaba efectivamente pasando. Sabía que no era ella, como creía previamente, separada de todo lo demás.

Sobra decir, la experiencia hizo temblar sus creencias y le hizo preguntar qué hacemos con nuestras vidas, gastando tanto tiempo en el intento de proteger la ilusión de nuestro territorio personal. Entendió cómo la difícil situación conduce a las guerras y a la violencia que se intensifican en todo el globo. El problema apareció cuando ella comenzó a colgarse en su experiencia, cuando quería regresar a ella. La percepción ordinaria no le resultaba más satisfactoria: le dejaba alterada y ausente. Sentía que si no podía estar en ese estado alterado pronto estaría muerta.

En los sesenta conocí gente que tomaba LSD cotidianamente en la creencia que podía permanecer en lo máximo. Al contrario, freían sus cerebros. Hasta conozco hombres y mujeres que son adictos a enamorarse. Como Don Juan, no pueden soportar cuando su fervor inicial comienza a apagarse; siempre buscan a alguien nuevo.

Aun las experiencias pico nos pueden mostrarnos la verdad e informarnos sobre porque estamos preparados, ellas no son esencialmente un gran negocio. Si no podemos integrarlas en los sube y baja de nuestras vidas, nos obstaculizarán. Podemos confiar en nuestras experiencias como válidas, pero luego tenemos que movernos y aprender a llevarnos bien con nuestros vecinos. Entonces, incluso los más notables insigths [visiones profundas] pueden empezar a impregnar nuestras vidas. Como dijo Milarepa, el yogui tibetano del siglo doce, cuando escuchó de las experiencias cumbres de su estudiante Gampopa: “Ellas no son ni buenas ni malas. Sigue meditando.” No es que los estados especiales sean en sí el problema, es su cualidad adictiva. Dado que es inevitable que todo lo que sube tiene que bajar, cuando tomamos refugio en el Señor de la mente, entonces, estamos condenados a la decepción.

Cada uno de nosotros tenemos una variedad de tácticas habituales para evitar vivir tal como es. En pocas palabras, ese es el mensaje de los tres señores del materialismo. Esta simple enseñanza es, al parecer, la autobiografía de todos. Cuando utilizamos estas estrategias nos volvemos menos capaces de disfrutar de la ternura y la maravilla que está disponible en la mayoría de veces sin complicaciones. La conexión con la bodhichitta es lo común.

Cuando nos alejamos de la incertidumbre ordinaria, perdemos contacto con la bodhichitta. Es una fuerza natural que quiere emerger. Es, de hecho, indetenible. 

Cuando no huimos de la incertidumbre diaria, podemos contactar con la bodichita. Es una fuerza natural que quiere surgir.  Es, de hecho, imparable.  Una vez que dejamos de bloquearla con las estrategias del ego, el agua refrescante de la bodichita definitivamente comenzará a fluir. Nosotros podemos lentificarla.  Podemos hasta contenerla.  Sin embargo, cada vez que hay una abertura, la bodhichita siempre aparecerá, como las malezas y las flores que aparecen fuera de la acera en cuanto hay una grieta.

* Extraído del capítulo 2 de The Places That Scares You. A Guide to Fearlessness in Difficult Times. [Los lugares que te asustan. Una guía para la audacia en tiempos difíciles] Shambala, Boston, 2002.

Versión al español: el Editor. 

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