jueves, 19 de octubre de 2017

Meditando en la naturaleza de Buda

 Dilgo Khyentse Rinpoche




“¿Es  correcta  mi  meditación?  ¿Cuándo  seguiré  progresando  sin  cesar?  Nunca lograré el nivel de mi Maestro espiritual.” Oscilando entre la esperanza y la duda, nuestra mente nunca está en paz. 

Dependiendo de nuestro estado de ánimo, un día practicaremos intensa-mente, y al día  siguiente  no  haremos  nada.  Nosotros  nos  sentimos  apegados  a  las experiencias  agradables  que  emergen  del  estado  de  calma mental,  y  deseamos abandonar  la  meditación  cuando  fracasamos  a  la  hora  de  aminorar  el  flujo  de pensamientos. Eso no es una forma correcta de practicar. 

Cualquiera que sea nuestro estado de ánimo, tenemos que dedicarnos firmemente a llevar una práctica regular, día tras día; observando el movimiento de nuestros pensamientos,  y  seguirlos  hasta  su  origen.  No  deberíamos  de  esperar inmediatamente ser capaces de mantener nuestra concentración día y noche. 

Cuando comenzamos a meditar en la naturaleza de la mente, es preferible hacer sesiones  cortas  de  meditación,  durante  varias  veces  al  día.  Con  perseverancia, realizaremos  progresivamente  la  naturaleza  de  nuestra  mente,  y  esa  realización llegará  a  ir  haciéndose  más  estable.  En  este  nivel,  los  pensamientos  habrán perdido su poder para perturbarnos y dominarnos. 

La  vacuidad,  la  naturaleza  última  del  Dharmakaya,  el  Cuerpo  de  la  Realidad Absoluta, no es una simple nada. Posee inherentemente la cualidad de conocer todos  los  fenómenos.  Esta  cualidad  es  la  luminosidad  o  aspecto  cognitivo  del Dharmakaya,  cuya  expresión  es  espontánea.  El  Dharmakaya  no  es  un  producto que surge de causas y condiciones, es la auténtica natura-leza de la mente.

El  reconocer  esta  naturaleza  primordial  se  parece  a  la  salida  del  Sol  de  la sabiduría en la noche de la ignorancia: la oscuridad es disipada instantáneamente. La claridad del Dharmakaya no crece y decrece como hace la Luna; es como la luz inmutable que brilla en el centro del Sol. 

Aunque las nubes se acumulen, la naturaleza del cielo no se corrompe, y cuando las  nubes  se  dispersan,  no  es  mejorado.  El  cielo  no  es  por  ello  más  o  menos extenso.  No  cambia.  Lo  mismo  sucede  con  la  naturaleza  de  la  mente;  no  se deteriora  con  la  llegada  de  los  pensamientos,  ni  mejora  cuando  estos desaparecen.
 
La naturaleza de la mente es la vacuidad; su expresión es la claridad. Estos dos aspectos son esencialmente simples imágenes de uno designadas para indicar los diversos aspectos de la mente. Sería inútil atarnos a la noción de vacuidad, o a la de claridad, como si estas fueran entidades independientes. La natura-leza última de la mente está más allá de todos los conceptos, de toda definición, y de toda división. 

“Si  pudiera  andar  sobre  las  nubes”  dice  un  niño.  Pero  si  buscara  las  nubes, encontraría que no hay un lugar en el que posar sus pies. De manera similar, si uno no examina los pensamientos, estos presentan una apariencia sólida; pero si uno los examina,  no  hay  nada  allí.  Eso  es  lo  que  es  llamado  el  ser  al  mismo  tiempo vacuidad y apariencia. La vacuidad de la mente no es una nada, ni un estado de embotamiento, porque ella posee, por su propia naturaleza, una facultad luminosa de  conocimiento  que  es  llamado  Cons-ciencia.  Estos  dos  aspectos,  vacuidad  y Consciencia,  no  pueden  ser  separados.  Son  esencialmente  uno,  como  son  la superficie de un espejo y la imagen que es reflejada en él. 

Los pensamientos se manifiestan sin vacuidad, y son reabsorbidos en la vacuidad, lo  mismo  que  una  cara  aparece  y  desaparece  en  un  espejo;  la  cara  nunca  ha estado  en  el  espejo,  y  cuando  deja  de  estar  reflejado  en  él,  no  ha  dejado verdaderamente de existir. El espejo nunca ha cambiado. 

Por  tanto,  antes  de  entrar  en  el  camino  espiritual,  permanecemos  en  lo  que es llamado el “impuro” estado del samsara, el cual es aparentemente gobernado por la  ignorancia.  Cuando  nos  comprometemos  con  ese  camino,  cruzamos  por  un estado en el que la ignorancia y la sabiduría están mezcla-das. Al final del camino, en el momento de la Iluminación, solo existe la sabiduría pura. Pero durante todo este  camino  a  lo  largo  de  este  viaje  espiritual,  aunque  exista  una  apariencia  de transformación, la naturaleza de la mente nunca ha cambiado: no fue corrompida con la entrada en el camino, y no mejoró al alcanzar la realización. 

Las infinitas e inexpresables cualidades  de la sabiduría  primordial, el “verdadero Nirvana” están de forma inherente en nuestra mente. No es necesario el crearlas, o el hacer algo nuevo. La realización espiritual solo sirve para revelarlas a través de la purificación, que es el Camino. 

Finalmente, si uno las considera desde un punto de vista último, estas cualidades son tan solo vacuidad. Por tanto, el samsara es vacuidad, y el nirvana también es vacuidad, y en consecuencia, no hay uno que sea “malo”, ni otro que sea “bueno”.  La persona que ha realizado la naturaleza de la mente, está libre del impulso de rechazo  al  samsara  y  del  apego  por  obtener  el  nirvana.  El  es  como  un  niño pequeño que contempla el mundo con una inocente simplicidad, sin conceptos de belleza o de fealdad, de bueno o de malo. El no es más la presa de la tendencias conflictivas, la fuente de los deseos y aversiones. 

Carece de sentido apenarse por los inconvenientes de la vida diaria, como el otro niño,  que  se  regocija  construyendo  un  castillo  de  arena,  y  que  llora  cuando  se derruye. Mirad cuan puerilmente los seres se dirigen hacia las dificultades, como una  mariposa  nocturna  que  se  arroja  hacia  la  llama  de  una  lámpara,  con  la intención de apropiarse de lo que ellos desean, y de evitar lo que ellos odian. Es mejor  posar  la  carga  que  todos  esos  imaginarios  apegos  nos  traen,  que  el soportarla encima de uno. 

El  estado  de  Buda  contiene  en  sí  mismo  cinco  “cuerpos”  o  aspectos  de  la Budeidad:  el  Cuerpo  Manifestado,  el  Cuerpo  del  Perfecto  Gozo,  el  Cuerpo Absoluto, el Cuerpo Esencial y el Cuerpo Inmutable del Diamante. Estos cuerpos no  son  algo  externo  a  nosotros:  son  inseparables  de  nuestro  ser,  de  nuestra mente. 

Tan  pronto  como  hayamos  reconocido  esta  presencia,  finaliza  la  confusión.  No tenemos una posterior necesidad de buscar la Iluminación fuera. El navegante que llega  a  una  isla  hecha  toda  ella  de  fino  oro,  no  encontrará  una  sola  pepita,  no importa lo mucho que busque. Debemos de comprender que todas las cualidades de Buda, han existido siempre de forma inherente en nuestro ser. 



 Trad. al castellano por el ignorante y falto de devoción upasaka Losang Gyatso.

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