domingo, 12 de marzo de 2017

El individuo: cuerpo, voz y mente.

Por Namkhai Norbu Rinpoche

Traducción: Ramón Vasquez


Flor de mandarava

Las personas que empiezan a tener interés por las enseñanzas pueden caer en la tentación de alejarse de la realidad de las cosas materiales para vivir en la fantasía, como si las enseñanzas constituyesen algo completamente separado de la vida diaria. Bajo esta tendencia se oculta, muchas veces, el propósito de eludir nuestros problemas y la ilusión de que vamos a encontrar algo que, milagrosamente, nos ayudará a trascenderlos. Sin embargo, las enseñanzas se basan en nuestra condición humana actual. Tenemos un cuerpo físico con sus distintos límites: cada día tenemos que comer, trabajar, descansar, etc. Esta es nuestra realidad y no podemos ignorarla.

Las enseñanzas Dzogchen no son una filosofía, ni una doctrina religiosa, ni tampoco una tradición cultural. Entender el mensaje de las enseñanzas significa descubrir la verdadera condición de uno mismo, despojada de todas las decepciones y falsificaciones que crea la mente. El mismo significado del término tibetano Dzogchen, "Gran Perfección", se refiere al verdadero estado primordial de cada individuo y no a alguna realidad trascendente.

Muchos senderos espirituales tienen como base el principio de la compasión, de beneficiar a otros. En la tradición budista Mahayana, por ejemplo, la compasión es uno de los puntos fundamentales de la práctica, junto con el conocimiento de la verdadera naturaleza de los fenómenos, o "vacuidad". A veces, sin embargo, la compasión puede convertirse en algo construido y provisional, porque no entendemos su verdadero principio. Una compasión genuina, no artificial, sólo puede surgir cuando hemos descubierto nuestra verdadera condición. Observando nuestros límites, nuestros condicionamientos, nuestros conflictos, podemos llegar a ser verdaderamente conscientes del sufrimiento de otros, y entonces nuestra propia experiencia se convertirá en una base, o modelo, que nos permitirá entender y ayudar mejor a aquellos que nos rodean.

La única fuente de toda clase de beneficio para los demás es estar conscientes de nuestra propia condición. Cuando sabemos cómo ayudarnos a nosotros mismos y cómo trabajar con nuestra situación, es cuando podemos realmente beneficiar a los demás, y nuestro sentimiento de compasión surgirá espontáneamente sin necesidad de someternos a las reglas de conducta de ninguna doctrina religiosa en particular.

¿Qué queremos indicar cuando decimos, "hacernos conscientes de nuestra propia condición?" Significa observarnos a nosotros mismos, descubrir quiénes somos, quiénes creemos que somos, y cual es nuestra actitud hacia los demás y hacia la vida. Para ello es suficiente con observar  los límites, los juicios mentales, las pasiones, el orgullo, los celos, los apegos y todas las actitudes en las que nos encerramos en el curso de tan sólo un día. ¿De dónde surgen?, ¿dónde están enraizados? Su fuente es nuestra visión dualística y nuestros condicionamientos. Para ayudarnos a nosotros mismos y a los demás, tenemos que superar todos los límites en los que estamos encerrados. Esta es la verdadera función de las enseñanzas.

Toda enseñanza es transmitida a través de la cultura y conocimiento de los seres humanos. Pero es importante no confundir ninguna cultura o tradición con las enseñanzas mismas, porque la esencia de las enseñanzas es el conocimiento de la naturaleza del individuo. Cualquier cultura dada puede ser de gran valor, porque es el medio que capacita a la gente para recibir el mensaje de una enseñanza, pero no es la enseñanza misma. Pongamos el ejemplo del budismo. El Buddha vivió en la India, y para transmitir su conocimiento no creó una forma nueva de cultura, sino que usó la cultura del pueblo de la India de su tiempo como base para la comunicación. En el Abhidharmakosha1, por ejemplo, encontramos conceptos y nociones, tales como la descripción del Monte Meru y los cinco continentes, que son típicos de la antigua cultura India, y que no deberían ser considerados de importancia fundamental para un Toda enseñanza es transmitida a través de la cultura y conocimiento de los seres humanos. Pero es importante no confundir ninguna cultura o tradición con las enseñanzas mismas, porque la esencia de las enseñanzas es el conocimiento de la naturaleza del individuo. Cualquier cultura dada puede ser de gran valor, porque es el medio que capacita a la gente para recibir el mensaje de una enseñanza, pero no es la enseñanza misma. Pongamos el ejemplo del budismo. El Buddha vivió en la India, y para transmitir su conocimiento no creó una forma nueva de cultura, sino que usó la cultura del pueblo de la India de su tiempo como base para la comunicación. En el Abhidharmakosha1, por ejemplo, encontramos conceptos y nociones, tales como la descripción del Monte Meru y los cinco continentes, que son típicos de la antigua cultura India, y que no deberían ser considerados de importancia fundamental para un entendimiento de las enseñanzas del Buddha. Encontramos otro caso similar en la  forma completamente original que tomó el budismo en Tíbet tras su integración con la cultura indígena tibetana: cuando Padmasambhava introdujo el Vajrayana en Tíbet, no acabó con los usos rituales de la antigua tradición Bön, sino que supo cómo usarlos, incorporándolos a las prácticas tántricas budistas.

Si no se logra entender el verdadero significado de una enseñanza en el contexto de la propia cultura, puede originarse una confusión entre la forma externa de una tradición religiosa y la esencia de su mensaje. Pongamos el ejemplo de una persona occidental, interesada en el budismo, que va a la India buscando un maestro. Allí encuentra un maestro tibetano tradicional que vive en un monasterio aislado y no conoce nada sobre la cultura occidental. Cuando a tal maestro se le pide que dé enseñanzas, seguirá el método que se usa para enseñar a los tibetanos, y la persona occidental tendrá algunas dificultades graves a superar, comenzando por el obstáculo del lenguaje. Quizá reciba una iniciación importante y quede impresionada por la atmósfera especial, por la "vibración" espiritual, pero no entenderá su significado. Atraída por la idea de un misticismo exótico, puede que permanezca durante unos meses  en el monasterio, absorbiendo unos cuantos aspectos de la cultura tibetana y de sus  costumbres religiosas. Cuando regresa a occidente está convencida de que ha entendido el budismo y se siente diferente de los que le rodean, comportándose como un tibetano.

Pero la verdad es que para que un occidental practique una enseñanza que viene de Tíbet, no hay necesidad de que se convierta en un tibetano. Por el contrario, es de capital importancia para él saber cómo integrar tal enseñanza con su propia cultura, a fin de poder comunicarla, en su forma esencial, a otros occidentales. A menudo, cuando la gente se aproxima a  una enseñanza oriental, cree que su propia cultura no tiene valor. Esta actitud es equivocada, porque cada cultura tiene su valor, relacionada con el medio ambiente y circunstancias en que se desarrolló. No se puede decir que ninguna cultura sea mejor que otra; más bien depende de cada individuo el que obtenga mayor o menor provecho de ella en términos de su desarrollo interno. Por esta razón, no tiene utilidad transportar reglas y costumbres a un ambiente cultural diferente de aquel en que surgieron.

El medio ambiente cultural y los hábitos personales son importantes para que un individuo pueda entender una enseñanza. No se puede transmitir un estado de conocimiento usando ejemplos que no son conocidos por el que escucha. Si a un occidental le sirven tsampa2 con té tibetano, probablemente no tenga idea de cómo comerla. Por otro lado, un tibetano que ha comido tsampa desde que era pequeño, no tiene ningún problema; mezclará inmediatamente la tsampa con el té y la comerá. De la misma forma, si uno no tiene conocimiento de la cultura a través de la que se transmite una enseñanza, será difícil entender su mensaje esencial. Este es el valor de conocer una cultura particular. Pero las enseñanzas incorporan un estado interno de conocimiento que no debe ser confundido con la cultura a través de la que se transmite, o con sus hábitos, costumbres, sistemas políticos y sociales, etc. Los seres humanos han creado diversas culturas en lugares y tiempos diferentes, y alguien que esté interesado Por ejemplo, las personas que están familiarizadas con la cultura tibetana podrían pensar que para practicar Dzogchen uno tiene que convertirse al budismo o al Bön, ya que el Dzogchen ha sido propagado por estas dos tradiciones religiosas. Esto demuestra lo limitado de nuestra forma de pensar. Si decidimos seguir una enseñanza espiritual, creemos que necesitamos cambiar algo, como nuestra forma de vestir, de comer, de comportarnos, o algo así. Sin embargo, el Dzogchen no le pide a uno que se adhiera a ninguna doctrina religiosa, o entrar  enen las enseñanzas debe estar al tanto de esto, y saber cómo utilizar las diferentes culturas sin llegar a quedar condicionado por sus formas externas.

Por ejemplo, las personas que están familiarizadas con la cultura tibetana podrían pensar que para practicar Dzogchen uno tiene que convertirse al budismo o al Bön, ya que el Dzogchen ha sido propagado por estas dos tradiciones religiosas. Esto demuestra lo limitado de nuestra forma de pensar. Si decidimos seguir una enseñanza espiritual, creemos que necesitamos cambiar algo, como nuestra forma de vestir, de comer, de comportarnos, o algo así. Sin embargo, el Dzogchen no le pide a uno que se adhiera a ninguna doctrina religiosa, o entrar  en una orden monástica, o aceptar ciegamente las enseñanzas y convertirse en un "Dzogchenista". Todo esto puede crear serios obstáculos al verdadero conocimiento.

El hecho es que la gente está tan acostumbrada a poner etiquetas a  las cosas, que es incapaz de entender algo que sobrepase sus límites. Permítaseme poner un ejemplo personal. Siempre que me encuentro con un tibetano que no me conoce bien, me hace la misma pregunta: “¿A qué escuela perteneces?”. En Tíbet, a lo largo de los siglos, se han desarrollado cuatro tradiciones budistas principales, y si un tibetano oye hablar de un maestro, estará convencido de que necesariamente pertenece a uno de estos cuatro linajes. Si yo contesto que soy un practicante de Dzogchen, esta persona presumirá que pertenezco a la escuela Nyingmapa, dentro de la que se han preservado los textos Dzogchen. También me ha ocurrido que algunas personas, sabiendo que he escrito algunos libros sobre el Bön con objeto de revalorizar la cultura indígena de Tíbet, han dicho que soy un Bonpo. Pero Dzogchen no es una escuela o secta, o un sistema religioso. Es simplemente un estado de conocimiento que los maestros han transmitido más allá de todo límite de sectas o tradiciones monásticas. En el linaje de las enseñanzas Dzogchen ha habido maestros pertenecientes a todas las clases sociales, incluyendo granjeros, nómadas, nobles, monjes y grandes figuras religiosas de todas las tradiciones espirituales y sectas. El Quinto Dalai Lama3 mismo,  mientras  mantenía perfectamente las obligaciones de su elevada posición religiosa y social, fue un gran practicante de Dzogchen.

Una persona realmente interesada en las enseñanzas tiene que entender su principio fundamental, sin permitirse quedar condicionado por los límites de una tradición. Las organizaciones, instituciones y jerarquías que existen en las distintas escuelas, se convierten frecuentemente en factores que nos condicionan, y esto es algo difícil de percibir. El verdadero valor de las enseñanzas está más allá de las superestructuras que la gente crea, y para descubrir si las enseñanzas constituyen, realmente, algo vivo en nosotros, sólo tenemos que observar hasta qué punto, aplicándolas, hemos conseguido liberarnos de todos  los factores que nos condicionan. A veces creemos  que hemos entendido las enseñanzas y que sabemos cómo aplicarlas, pero en la práctica aún permanecemos condicionados por actitudes y principios doctrinales, que están lejos del verdadero conocimiento de nuestra propia condición verdadera.

Cuando un maestro enseña Dzogchen, trata de transmitir un estado de  conocimiento empleando los medios necesarios. El objetivo del maestro es despertar al estudiante abriendo su consciencia al estado primordial. El maestro no dirá "¡Sigue mis reglas y obedece mis preceptos!", sino,  "abre tu ojo interno y obsérvate. Deja de buscar una lámpara externa que te ilumine, y enciende tu propia lámpara interna. Así, las enseñanzas vivirán en ti y tú en el espíritu de las enseñanzas."

Las enseñanzas deben convertirse en un conocimiento vivo en todas nuestras actividades diarias. Esta es la esencia de la práctica, y además de esto no hay nada en particular que deba hacerse. Un monje, sin romper sus votos, puede perfectamente practicar Dzogchen, como puede hacerlo un sacerdote católico, un oficinista, un trabajador, y así sucesivamente, sin tener que abandonar su papel en la sociedad, porque el Dzogchen no cambia a las personas desde el exterior. Más bien las despierta internamente. Lo único que un maestro Dzogchen pedirá es que uno se observe a sí mismo, con el fin de obtener la consciencia despierta necesaria para aplicar las enseñanzas en la vida diaria.


Notas

1.- Una obra de Vasubandhu, maestro indio de metafísica budista.
2.- Tsampa: Cebada tostada mezclada con té tibetano y manteca. Es la  dieta principal del pueblo tibetano.
3.- El quinto Dalai Lama, Blo bzang rgya mtsho (1617-1682) fue asimismo un “terton”  un descubridor de termas, o textos escondidos.

NAMKHAI NORBU

Chögyal Namkhai Norbu es un Maestro de Dzogchén de Budismo Tibetano, altamente entrenado en las tradiciones budistas de meditación, filosofía y medicina.  Es el fundador de la Comunidad  Dzogchén, cuyos centros de estudio y prácticas se encuentran alrededor de todo el mundo.  
 

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