Meditando en la
naturaleza de Buda
Dilgo Khyentse Rinpoche
“¿Es correcta
mi meditación? ¿Cuándo
seguiré progresando sin
cesar? Nunca lograré el nivel de
mi Maestro espiritual.” Oscilando entre la esperanza y la duda,
nuestra mente nunca está en paz.
Dependiendo de nuestro
estado de ánimo, un día practicaremos intensa-mente, y al día siguiente
no haremos nada.
Nosotros nos sentimos
apegados a las experiencias agradables
que emergen del
estado de calma mental,
y deseamos abandonar la
meditación cuando fracasamos
a la hora
de aminorar el flujo de pensamientos. Eso no es una forma correcta
de practicar.
Cualquiera que sea nuestro
estado de ánimo, tenemos que dedicarnos firmemente a llevar una práctica
regular, día tras día; observando el movimiento de nuestros pensamientos, y seguirlos
hasta
su origen. No
deberíamos de esperar inmediatamente ser capaces de
mantener nuestra concentración día y noche.
Cuando comenzamos a meditar
en la naturaleza de la mente, es preferible hacer sesiones cortas
de meditación, durante
varias veces al
día. Con perseverancia, realizaremos progresivamente la
naturaleza de nuestra
mente, y esa
realización llegará a ir
haciéndose más estable.
En este nivel,
los pensamientos habrán perdido su poder para perturbarnos y
dominarnos.
La vacuidad,
la naturaleza última
del Dharmakaya, el
Cuerpo de la
Realidad Absoluta, no es una simple nada. Posee inherentemente la
cualidad de conocer todos los fenómenos.
Esta cualidad es
la luminosidad o
aspecto cognitivo del Dharmakaya, cuya
expresión es espontánea.
El Dharmakaya no
es un producto que surge de causas y condiciones,
es la auténtica natura-leza de la mente.
El reconocer
esta naturaleza primordial
se parece a
la salida del
Sol de la sabiduría en la noche de la ignorancia: la
oscuridad es disipada instantáneamente. La claridad del Dharmakaya no crece y
decrece como hace la Luna; es como la luz inmutable que brilla en el centro del
Sol.
Aunque las nubes se
acumulen, la naturaleza del cielo no se corrompe, y cuando las nubes
se dispersan, no
es mejorado. El
cielo no es
por ello más
o menos extenso. No
cambia. Lo mismo
sucede con la
naturaleza de la
mente; no se deteriora
con la llegada
de los pensamientos,
ni mejora cuando
estos desaparecen.
La naturaleza de la mente
es la vacuidad; su expresión es la claridad. Estos dos aspectos son
esencialmente simples imágenes de uno designadas para indicar los diversos
aspectos de la mente. Sería inútil atarnos a la noción de vacuidad, o a la de
claridad, como si estas fueran entidades independientes. La natura-leza última
de la mente está más allá de todos los conceptos, de toda definición, y de toda
división.
“Si pudiera
andar sobre las
nubes” dice un
niño. Pero si
buscara las nubes, encontraría que no hay un lugar en el
que posar sus pies. De manera similar, si uno no examina los pensamientos,
estos presentan una apariencia sólida; pero si uno los examina, no
hay nada allí.
Eso es lo
que es llamado
el ser al
mismo tiempo vacuidad y apariencia.
La vacuidad de la mente no es una nada, ni un estado de embotamiento, porque
ella posee, por su propia naturaleza, una facultad luminosa de conocimiento
que es llamado
Cons-ciencia. Estos dos
aspectos, vacuidad y Consciencia, no
pueden ser separados.
Son esencialmente uno,
como son la superficie de un espejo y la imagen que es
reflejada en él.
Los pensamientos se
manifiestan sin vacuidad, y son reabsorbidos en la vacuidad, lo mismo
que una cara
aparece y desaparece
en un espejo;
la cara nunca
ha estado en el
espejo, y cuando
deja de estar
reflejado en él, no ha
dejado verdaderamente de existir. El espejo nunca ha cambiado.
Por tanto,
antes de entrar
en el camino
espiritual, permanecemos en
lo que es llamado el “impuro”
estado del samsara, el cual es aparentemente gobernado por la ignorancia.
Cuando nos comprometemos
con ese camino,
cruzamos por un estado en el que la ignorancia y la
sabiduría están mezcla-das. Al final del camino, en el momento de la
Iluminación, solo existe la sabiduría pura. Pero durante todo este camino
a lo largo
de este viaje
espiritual, aunque exista
una apariencia de transformación, la naturaleza de la mente
nunca ha cambiado: no fue corrompida con la entrada en el camino, y no mejoró
al alcanzar la realización.
Las infinitas e
inexpresables cualidades de la
sabiduría primordial, el “verdadero
Nirvana” están de forma inherente en nuestra mente. No es necesario el
crearlas, o el hacer algo nuevo. La realización espiritual solo sirve para
revelarlas a través de la purificación, que es el Camino.
Finalmente, si uno las
considera desde un punto de vista último, estas cualidades son tan solo
vacuidad. Por tanto, el samsara es vacuidad, y el nirvana también es vacuidad,
y en consecuencia, no hay uno que sea “malo”, ni otro que sea “bueno”. La persona que ha realizado la naturaleza de
la mente, está libre del impulso de rechazo
al samsara y
del apego por
obtener el nirvana.
El es como
un niño pequeño que contempla el
mundo con una inocente simplicidad, sin conceptos de belleza o de fealdad, de
bueno o de malo. El no es más la presa de la tendencias conflictivas, la fuente
de los deseos y aversiones.
Carece de sentido apenarse
por los inconvenientes de la vida diaria, como el otro niño, que
se regocija construyendo
un castillo de
arena, y que
llora cuando se derruye. Mirad cuan puerilmente los seres
se dirigen hacia las dificultades, como una
mariposa nocturna que se arroja
hacia la llama
de una lámpara,
con la intención de apropiarse de
lo que ellos desean, y de evitar lo que ellos odian. Es mejor posar
la carga que
todos esos imaginarios
apegos nos traen,
que el soportarla encima de
uno.
El estado
de Buda contiene
en sí mismo
cinco “cuerpos” o
aspectos de la Budeidad:
el Cuerpo Manifestado,
el Cuerpo del
Perfecto Gozo, el
Cuerpo Absoluto, el Cuerpo Esencial y el Cuerpo Inmutable del Diamante.
Estos cuerpos no son algo
externo a nosotros:
son inseparables de
nuestro ser, de
nuestra mente.
Tan pronto
como hayamos reconocido
esta presencia, finaliza
la confusión. No tenemos una posterior necesidad de buscar
la Iluminación fuera. El navegante que llega
a una isla hecha toda
ella de fino
oro, no encontrará
una sola pepita,
no importa lo mucho que busque. Debemos de comprender que todas las
cualidades de Buda, han existido siempre de forma inherente en nuestro
ser.
Trad. al castellano por el ignorante y falto
de devoción upasaka Losang Gyatso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario