lunes, 19 de agosto de 2019

Gozosa sabiduría


Siempre tenemos alegría

Yongey Mingyur Rinpoche

El sol no deja de brillar solo porque hay nubes en el cielo. Nuestra naturaleza búdica siempre está presente y disponible, incluso cuando la vida se pone difícil. En su libro, Joyful Wisdom, Yongey Mingyur Rinpoche nos muestra cómo descubrir el disfrute y la conciencia que nunca se ven afectadas por los altibajos de la vida.





Cuando estoy enseñando frente a grupos grandes, a menudo enfrento un problema bastante vergonzoso. Mi garganta se seca cuando hablo, así que tiendo a secar mi vaso de agua muy temprano en la sesión de enseñanza. Invariablemente, las personas notan que mi vaso está vacío y lo llenan muy amablemente. Mientras sigo hablando, mi garganta se seca, bebo todo el vaso de agua y, tarde o temprano, alguien vuelve a llenar mi vaso. Sigo hablando o respondiendo preguntas, y otra vez alguien vuelve a llenar mi vaso.

Después de un tiempo, generalmente antes de que el período de enseñanza finalice, tomo conciencia de una sensación bastante incómoda, y un pensamiento cruza mi mente: Oh, Dios mío, me queda una hora para esta sesión y tengo que orinar.

Hablo un poco más, respondo algunas preguntas y miro mi reloj.

Ahora quedan cuarenta y cinco minutos y realmente tengo que orinar.
Pasa media hora y las ganas de orinar realmente se vuelven intensas. Alguien levanta la mano y pregunta: "¿Cuál es la diferencia entre la conciencia pura y la conciencia condicionada?"

Y ahora realmente tengo que orinar.

La pregunta va al corazón de la enseñanza del Buddha acerca de la tercera noble verdad. A menudo traducida como "la verdad de la cesación", esta tercera visión profunda de la naturaleza de la experiencia nos dice que las diversas formas de sufrimiento que experimentamos pueden terminar.

Pero a estas alturas REALMENTE, REALMENTE tengo que orinar.
Así que le digo: "Este es un gran secreto, que les diré después de un breve descanso".

Con toda la dignidad que puedo reunir, me levanto de la silla donde he estado sentado, paso lentamente a través de las filas de personas que hacen una reverencia y finalmente llego al baño.

Ahora, orinar puede no ser la idea de una experiencia iluminadora, pero puedo decirles que una vez que vacío mi vejiga, reconozco que la profunda sensación de alivio que siento en ese momento es una buena analogía para la tercera noble verdad: ese alivio estuvo conmigo todo el tiempo como lo que podríamos llamar una condición básica. Simplemente no lo reconocí porque estaba oscurecido temporalmente por toda esa agua. Pero después pude reconocerlo y apreciarlo.

El Buda se refirió a este dilema con una analogía algo más digna en la que comparó esta naturaleza básica con el sol. Aunque siempre está brillando, el sol es a menudo oscurecido por las nubes. Sin embargo, solo podemos ver realmente las nubes porque el sol las está iluminando. De la misma manera, nuestra naturaleza básica está siempre presente. De hecho, es lo que nos permite discernir incluso aquellas cosas que lo ocultan: una idea que puede entenderse mejor al volver a la pregunta planteada justo antes de irme al baño.


Dos clases de Consciencia

La esencia de cada pensamiento que se presenta es la prístina consciencia.
— Pengar Jamphel Sangpo, Invocación breve de Vajradhara, traducción de Maria Montenegro

En verdad, no hay ningún gran secreto para comprender la diferencia entre consciencia pura y consciencia condicionada. Ambas son consciencia, que puede ser más o menos definida como una capacidad de reconocer, registrar y, en cierto sentido, “catalogar” cada momento de experiencia.

La consciencia pura es como una esfera de límpido cristal – sin color en sí pero capaz de reflejar cualquier cosa: tu cara, otra persona, las paredes, muebles. Si te mueves un poco alrededor, quizás veas diferentes partes de la habitación y puede cambiar el tamaño, forma o posición de los muebles. Si sales, puedes ver árboles, pájaros, flores -- ¡hasta el cielo! Cualesquiera que aparezca, sin embargo, son solo reflejos. No existen realmente en la esfera, ni de ningún modo alteran su esencia.

Ahora, supongan que la esfera de cristal fuera envuelta en un pedazo de seda de color. Todo lo que viste reflejado en ella – ya sea que te movieras, la trasladaras a diferentes habitaciones o lo sacaras afuera –  estaría sombreado hasta cierto punto por el color de la seda. Esa es una descripción bastante precisa de la conciencia condicionada: una perspectiva coloreada por la ignorancia, el deseo, la aversión y la multitud de otros oscurecimientos. Sin embargo, estos reflejos de colores son simplemente reflejos. No alteran la naturaleza de lo que los refleja. La esfera de cristal es en esencia incolora.

De manera parecida, la consciencia pura en sí es siempre límpida, capaz de reflejar cualquier cosa, incluso malentendidos sobre sí misma como limitada o condicionada. Así como el sol ilumina las nubes que lo oscurecen, la consciencia pura nos permite experimentar el sufrimiento natural y el drama incesante del sufrimiento creado por mí mismo: yo contra ti, lo mío versus lo tuyo, este sentimiento contra ese sentimiento, lo bueno contra lo malo, lo placentero contra lo desagradable, o un deseo desesperado por cambio frente a una igualmente frenética esperanza por la permanencia.

La verdad de la cesación con frecuencia es descrita como una liberación final de la fijación, ansia o “sed”. Sin embargo, mientras el término “cesación” parece implicar algo diferente o mejor que nuestra experiencia presente, en realidad es un asunto de reconocer el potencial ya inherente dentro de nosotros.

Cesación – o alivio del sufrimiento – es posible debido a que la consciencia es en lo fundamental clara e incondicionada. Miedo, vergüenza, culpa, codicia, competitividad, etc. son simples veladuras, perspectivas heredadas y reforzadas por nuestras culturas, nuestras familias y experiencia personal. El sufrimiento retrocede, según la tercera noble verdad, en la medida que nos desprendemos de todo el marco de aferramiento.

Logramos esto, no suprimiendo nuestro deseo, nuestras aversiones, nuestras fijaciones o tratando de "pensar de manera diferente", sino más bien tornando nuestra conciencia hacia adentro, examinando los pensamientos, las emociones y las sensaciones que nos molestan y comenzando a notarlas – y tal vez incluso apreciarlos – como expresiones de la conciencia en sí.

En pocas palabras, la causa de las diversas enfermedades que experimentamos es la cura. La mente que se aferra es la mente que nos libera.



Naturaleza búdica

Cuando vives en la oscuridad, ¿por qué no buscas la luz?
— El Dhammapada, traducida por Eknath Easwaran

Para explicar esto más claramente, tengo que hacer un poco de trampa, mencionando un tema que el Buddha nunca mencionó explícitamente en sus enseñanzas del primer giro de la rueda. Pero, como han admitido algunos de mis maestros, este tema está implícito en el primer y segundo giros.1 No es como si estuviera reteniendo una gran revelación que solo se transmitiría a los mejores y más brillantes estudiantes. Más bien, como un maestro responsable, se centró en primer lugar en la enseñanza de principios básicos antes de pasar a materias más avanzadas. Pregúntele a cualquier maestro de escuela primaria sobre la practicidad de enseñar el cálculo a niños que aún no dominan los conceptos básicos de suma, resta, división o multiplicación.

El tema es la naturaleza búdica, que no se refiere al comportamiento o la actitud de alguien que camina en túnicas de colores, ¡pidiendo comida! Buddha es un término sánscrito que podría traducirse aproximadamente como "alguien que está despierto". Como título formal, generalmente se refiere a Siddhartha Gautama, el joven que logró la iluminación hace veinticinco siglos en Bodhgaya.

La naturaleza búdica, no obstante, no es un título formal. No es una característica del Buda histórico o de los practicantes budistas. No es algo creado o imaginado. Es el corazón o la esencia inherente de todos los seres vivos: un potencial ilimitado par hacer, ver, escuchar o experimentar cualquier cosa. Debido a la naturaleza búdica podemos aprender, podemos crecer, podemos cambiar. Podemos volvernos budas por derecho propio.

La naturaleza búdica no puede ser descrita en términos de conceptos relativos. Tiene que experimentarse directamente, y la experiencia directa es imposible de definir con palabras. Imagínese mirando un lugar tan vasto que supera nuestra capacidad para describirlo: el Gran Cañón, por ejemplo. Se podría decir que es grande, que las paredes de piedra de ambos lados son algo rojas, y que el aire está seco y huele ligeramente a cedro. Pero no importa lo bien que lo describas, tu descripción no puede abarcar realmente la experiencia de estar en la presencia de algo tan vasto. O puede intentar describir la vista desde el observatorio del Taipei 101, uno de los edificios más altos del mundo, considerado como una de las "siete maravillas del mundo moderno". Podría hablar sobre el panorama, la forma en que los automóviles y las personas de abajo parecen hormigas, o su propia falta de aliento al posarse tan alto sobre el suelo. Pero aun así no comunicaría la profundidad y amplitud de vuestra experiencia.

A pesar de que la naturaleza búdica desafía la descripción, el Buddha proporcionó algunas pistas en cuanto a señalizaciones o mapas que pueden ayudarnos a dirigirnos hacia esa experiencia sumamente inexpresable. Una de las formas en que lo describió fue en términos de tres cualidades: sabiduría ilimitada, que es la capacidad de saber algo y todo: pasado, presente y futuro; capacidad infinita, que consiste en un poder ilimitado para elevarnos a nosotros mismos y a otros seres de cualquier condición de sufrimiento; e inconmensurable amor bondadoso y compasión, un sentido ilimitado de relación con todas las criaturas, un corazón abierto hacia los demás que sirve como una motivación para crear las condiciones que permiten a todos los seres florecer.

Sin lugar a dudas, hay muchas personas que creen fervientemente en la descripción del Buddha y en la posibilidad de que, a través del estudio y la práctica, puedan realizar una experiencia directa de sabiduría, capacidad y compasión ilimitadas. Probablemente hay muchos otros que piensan que es solo un montón de tonterías.

Por extraño que parezca, en muchos de los sutras, el Buddha parece haber disfrutado conversando con la gente que dudaba de lo que tenía que decir. Después de todo, solo fue uno de los muchos maestros que viajaron por la India en el siglo IV a. C., una situación similar a la que nos encontramos en la actualidad, en la que los maestros y las enseñanzas de distintas creencias inundan la radio, los canales de televisión e Internet. Sin embargo, a diferencia de muchos de sus contemporáneos, el Buddha no trató de convencer a la gente de que el método por el cual encontró la liberación del sufrimiento era el único método verdadero. Un tema común que abarca muchos de los sutras podría resumirse en términos modernos como: “Esto es justo lo que hice y esto es lo que reconocí. No crean nada de lo que digo porque lo digo. Pruébenlo ustedes mismos.”

No desalentó activamente a las personas a considerar lo que había aprendido y cómo lo aprendió. Más bien, en sus enseñanzas sobre la naturaleza búdica, presentó a sus oyentes una especie de experimento mental, invitándolos a descubrir en su propia experiencia las formas en que los aspectos de la naturaleza búdica emergen de vez en cuando en nuestras vidas diarias. Presentó este experimento en términos de una analogía de una casa en la que se encendió una lámpara y se diluyeron las sombras u oscuridades. La casa representa la perspectiva aparentemente sólida del acondicionamiento físico, mental y emocional. La lámpara representa nuestra naturaleza búdica. No importa qué tan densas estén las sombras y oscuridades, inevitablemente brilla a través de ellas un poco de la luz del interior de la casa.

En el interior, la luz de la lámpara proporciona la claridad para distinguir, por ejemplo, una silla, una cama o una alfombra. A medida que se asoma a través de las sombras u oscuridades, podemos experimentar la luz de la sabiduría a veces como intuición, lo que algunas personas describen como una sensación a "nivel visceral" sobre una persona, situación o evento.

La bondad amorosa y la compasión brillan a través de las sombras en aquellos momentos en que espontáneamente brindamos ayuda o consuelo a alguien, no por interés propio o pensando que podríamos obtener algo a cambio, sino simplemente porque parece ser lo correcto. Puede ser algo tan simple como ofrecer a las personas un hombro para llorar cuando sienten dolor o ayudar a alguien a cruzar la calle, o puede implicar un compromiso a más largo plazo, como sentarse junto a la cama de alguien enfermo o muriendo. Todos hemos escuchado, también, de casos extremos en los que alguien, sin siquiera pensar en el riesgo de su propia vida, se lanza a un río para salvar a un extraño que se está ahogando.

La capacidad a menudo se manifiesta en la forma en que sobrevivimos a los eventos difíciles. Por ejemplo, un practicante budista que conocí hace mucho tiempo había invertido mucho en el mercado de valores en la década de 1990, y cuando el mercado cayó después en la década, perdió todo. Muchos de sus amigos y socios también habían perdido mucho dinero, y algunos de ellos se volvieron un poco locos. Algunos perdieron la confianza en sí mismos y en su capacidad para tomar decisiones; algunos cayeron en una profunda depresión; otros, como las personas que perdieron dinero durante la crisis del mercado de valores de 1929, saltaron por las ventanas. Pero él no perdió su mente, su confianza, ni cayó en depresión. Lentamente, lentamente, comenzó a invertir nuevamente y construyó una base financiera nueva y sólida.

Al ver su aparente calma frente a eventos de una terrible recesión, varios de sus amigos y asociados le preguntaron cómo pudo conservar su ecuanimidad. “Bueno”, respondió, “obtuve todo ese dinero del mercado de valores, entonces regresé al mercado de valores y ahora el dinero está regresando. Las condiciones cambian, pero sigo aquí. Puedo tomar decisiones. Así que tal vez viví en una casa grande un año y en el siguiente dormí en el sofá de un amigo, pero eso no cambia el hecho de que puedo elegir cómo pensar en mí y en todo lo que sucede a mi alrededor. Me considero muy afortunado, de hecho. Algunas personas no son capaces de elegir y otras no reconocen que pueden elegir. Creo que tengo suerte porque caigo en la categoría de personas que pueden reconocer su capacidad de elección.”

He escuchado comentarios similares de personas que están lidiando con una enfermedad crónica, ya sea en ellos mismos, en sus padres, en sus hijos, en otros miembros de la familia o amigos. Un hombre que conocí recientemente en América del Norte, por ejemplo, habló mucho sobre el mantenimiento de su trabajo y su relación con su esposa e hijos mientras seguía visitando a su padre que padecía la enfermedad de Alzheimer. “Por supuesto que es difícil equilibrar todas estas cosas”, dijo. “Pero es lo que hago. No lo veo de ninguna otra manera.”

Una declaración tan simple, ¡pero qué refrescante! Aunque él nunca antes había asistido a una enseñanza budista, nunca había estudiado la literatura y no se había identificado necesariamente como budista, su descripción de su vida y la forma en que se acercaba a ella representaba una expresión espontánea de los tres aspectos de la naturaleza búdica: la sabiduría para ver la profundidad y amplitud de su situación, la capacidad de elegir cómo interpretar y actuar sobre lo que vio, y la actitud espontánea de bondad amorosa y compasión.

Mientras lo escuchaba, se me ocurrió que estas tres características de la naturaleza búdica pueden resumirse en una sola palabra: coraje, específicamente el coraje de ser, tal como somos, aquí y ahora, con todas nuestras dudas e incertidumbres.  Enfrentar directamente la experiencia nos abre la posibilidad de reconocer que cualquier cosa que experimentemos (amor, soledad, odio, celos, alegría, avaricia, dolor, etc.) es, en esencia, una expresión del potencial fundamentalmente ilimitado de nuestra naturaleza búdica.

Este principio está implícito en el "pronóstico positivo" de la tercera noble verdad. Cualquier incomodidad que sintamos (sutil, intensa o de algún punto intermedio) se reduce al grado en que cortamos nuestra fijación en una visión muy limitada, condicionada y condicional de nosotros mismos y comenzamos a identificarnos con la capacidad de experimentar cualquier cosa. Finalmente, es posible descansar en la misma naturaleza búdica, como, por ejemplo, un ave podría descansar al regresar a su nido. En ese punto, el sufrimiento termina. No hay nada que temer, nada que resistir. Ni siquiera la muerte puede molestarte.
 

Continúa...

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