ACEPTAR LO INACEPTABLE
La muerte nos aguarda a todos. Pero si
aprendemos a reconocer y aceptar la temporalidad, será mucho mejor cuando ese
momento llegue.
Durante el último siglo o algo así, la
muerte se ha convertido en cada vez más institucionalizada y extraída de la
experiencia inmediata. Ya no es una experiencia común en términos concretos.
Donde en el pasado la gente solía morir en casa, esto ya no sucede, como ya no
ocurre espontáneamente el habitual encuentro de parientes y familiares. Ya no
es un asunto comunal, sino por el contrario, se esconde de la vista pública,
resultando en menos contacto real con la muerte y el morir. Perversamente, la
literatura sobre la muerte y el morir ha ido creciendo considerablemente, y la gente
está realmente hablando más y más sobre esto, mientras lidia cada vez menos con
el hecho práctico. La ironía de esta situación es descrita por Ray Anderson, un
teólogo cristiano, en su libro Teología,
muerte y morir:
Hay entonces una
ambivalencia fundamental acerca de la muerte de la persona contemporánea. La
muerte ha sido empujada fuera de la vista y fuera del contexto de la vida
diaria. Ya no es la muerte misma un ritual significativo de la vida familiar o
social. Sin embargo, hay el surgimiento de una conciencia muy específica de la
muerte como una preocupación existencial bastante apartada del caso de la
muerte misma.
Curiosamente, la
conciencia de la muerte en la forma de los efectos psicológicos de la muerte
como una condición de vida ha crecido en proporción inversa al silencio sobre
la muerte misma. Donde la muerte era una vez la palabra tácita que acompañaba
con comunión y compromiso a los muertos como un rito de vida pública y
comunitaria, no había prácticamente ninguna literatura sobre la muerte y el
morir.
Es todo lo contrario en la sociedad occidental contemporánea, con
un autor indicando que ha revisado más de 800 libros sobre la muerte y el morir
y que tiene más de 2.000 artículos sobre el tema en sus archivos. En general,
se habla mucho más de la muerte y del morir y mucho menos de la experiencia
inmediata de la misma, en términos de realmente tocar a aquellos que se están
muriendo, o tener un testimonio de muerte. Vemos mucha muerte simulada en la
televisión y etc., pero como regla general, tenemos muy poco contacto inmediato
con esto, en comparación con personas que viven en los países en desarrollo, o
del pasado.
Por todas estas razones, el miedo siempre presente de la muerte y
nuestra falta de contacto con ella, es más importante un encuentro adecuado con
los hechos de la muerte y a tratar con el miedo de morir, porque, desde el
punto de vista budista, aceptar la muerte es parte de hacer que nuestra vida
valga la pena y sea significativa. La vida y la muerte no se ven como
completamente separadas y opuestas, sino como dando lugar una a la otra.
Conviven de manera complementaria. Para los budistas, el objetivo no es
conquistar la muerte sino aceptarla y familiarizarnos con nuestro propio
sentido de mortalidad y no permanencia.
Según el budismo, morimos porque somos un producto de causas y
condiciones (pratityasamutpada en
sánscrito). Sea lo que sea generado es no permanente, está sujeto a la
decadencia, a la muerte. Los seres humanos no están exentos, ya que es un
proceso natural. Es imposible la vida sin la muerte y viceversa y, por tanto,
el objetivo final de la práctica budista incorpora una aceptación de la muerte
y un cultivo de una actitud que no la rechaza como algo feo y amenazador que
sustrae lejos nuestra vida y por ello algo a ser echado a un lado sin hacerle
caso. Ni lleva a pensar a un budista de vivir para siempre. La visión budista es que todo es no permanente y
transitorio, y así muerte y vida están inseparablemente vinculadas con los
demás, en todo momento de hecho, incluso mientras vivimos, como el proceso de
envejecimiento mismo que es visto como una parte del proceso de morir.
Existe la famosa historia del Buddha abordado por una madre con su
bebé muerto en brazos. Ella le ruega al Buddha: "Usted es un ser
iluminado; debe tener todos esos poderes extraordinarios, por eso quiero que
traiga de vuelta a mi hijo a la vida." El Buddha le dijo: "Bueno,
haré esto para usted si antes hace una cosa para mí." "Haré cualquier
cosa", respondió ella. Él le contesta: "Quiero que regrese y golpee
todas las puertas de esta ciudad y pregunte a cada persona que venga a abrirle
la puerta, si nunca nadie ha muerto en su familia y si él o ella le dice que
no, entonces, pídale que le dé una semilla de sésamo". La mujer llama a
cada puerta que puede, y regresa con las manos vacías, diciéndole al Buddha:
"Ya no quiero regresar a mi hijo a la vida, ahora. Entiendo lo que intenta
enseñarme". La lección aquí es que la muerte es omnipresente y no es algo
que sucede, a veces, a personas particulares, sino que sucede a cada uno de
nosotros.
Sabiendo esto puede reducir el aguijón del miedo a la muerte. Es
análogo a las personas que comparten algún tipo de problema psicológico o
personal. Finalmente todos comienzan a abrirse y hablar con otros con similares
problemas, esencialmente a darse cuenta de que todos estamos experimentando lo
mismo. De esta manera, el problema se vuelve difuso. La indicación del Buddha a
la afligida madre, de que todo el mundo muere, es compasiva porque pensar:
"mi hijo, mi hijo, ha muerto, quiero que vuelva" es limitar nuestro
enfoque de una manera que genera un enorme problema personal. Es mejor pensar
en todas las madres que han perdido a sus hijos y experimentar el mismo dolor,
por el que se convierte en más comprensivo. El problema va más allá de lo
personal en algo mucho más amplio.
En
términos de karma, es una cuestión interesante desde
un punto de vista budista preguntar si nuestra muerte está de forma
predeterminada. En cierto modo, es factible decir que hay un tiempo
predeterminado para morir, como lo determina nuestro karma. Cuando llega el
momento de que la muerte se presente, entonces morimos. Este sería el resultado
de nuestro karma. Por otro lado, nuestra muerte depende también de un montón de
causas y condiciones, por lo que no es predeterminado en ese sentido. Así, está
predeterminada en un sentido y no en otro. Siguiendo esta forma, se espera
bastante de los budistas, si están enfermos, que busquen atención médica y
remedios, o vayan al hospital si es necesario. No que simplemente acepten y
digan: "Bueno, debe ser mi karma el morir ahora" y no hacer nada en
esta situación, el tiempo puede muy bien no haber llegado todavía, por así
decirlo: y si no son cuidadosos, debido a las causas y condiciones puestas en
marcha, podrían morir antes de lo necesario. Aun así, a veces, no importa lo
que hagamos por vivir, será imposible hacerlo.
Las personas no temen sólo el dolor y el sufrimiento eterno en el
infierno, sino la extinción, el no estar, el no existir. Este pensamiento es
muy preocupante en sí para mucha gente, y así la eliminación de la idea del
infierno no aliviará el miedo de la misma muerte. Tenemos un miedo de morir,
como otras criaturas, pero desde una visión budista, esta íntimamente ligado a
nuestra noción de un yo. Mientras que la meditación o la contemplación de la
muerte puede ser muy confrontador inicialmente, será mucho mejor hacerlo antes que
no, precisamente porque el miedo de la muerte está siempre allí, subyacente a
todo. El sentido fundamental de la ansiedad está siempre presente, por lo que
es mejor traerlo a la superficie y ocuparse de este examen suspendido, porque
seguirá influyendo en nuestra vida, a menudo de forma negativa, si es ignorado.
También debemos recordar que este tipo de prácticas se realiza en el contexto
de otras prácticas budistas, todas las que están diseñadas para incorporar y
procesar la gama completa de negatividades de la mente.
A veces se cree que los tibetanos tienen un enfoque diferente a la
muerte, habiendo sido criados quizás en medio de esto, pero el hecho de la
existencia de instrucciones espirituales específicas especialmente diseñadas
para la materia indica que los tibetanos no son diferentes. Ellos tienen miedo,
como lo tenemos en occidente, no sólo por sí mismos, sino que también temen
dejar detrás a sus hijos y seres queridos, y también desean no envejecer y
morir, ni morir joven, en este sentido. El miedo de la muerte es omnipresente y
acultural. Todo el mundo lo experimenta, pero una diferencia importante en la
tradición budista es el énfasis en el trabajo con ese miedo. Por lo tanto, los
tibetanos, si así lo desean, tienen acceso a las tradiciones y prácticas de esta
naturaleza. Los monjes por ejemplo, irían a los osarios o cementerios, para
practicar y contemplar la no permanencia, lo que podría parecer un poco
excesivo para nosotros. En el Tíbet era usual que los osarios estén en el
desierto, así eran lugares misteriosos para la práctica, especialmente en uno
mismo, y estaba garantizado para vomitar todo tipo de temores. Las trompetas de
fémur y otros instrumentos utilizados en estas ocasiones han horrorizado a
algunos occidentales, que han descrito estos rituales como chamánicos,
incorporando elementos de magia negra, etc. Sin embargo, para los tibetanos,
viviendo en condiciones físicas primitivas, estos huesos no tenían cualidades
mágicas, sino que eran simplemente recordatorios de la temporalidad, de la
fugacidad. Les podía ayudar a lidiar con su miedo a la muerte y también al
miedo de morir.
Hay tradiciones budistas, por supuesto, como el Zen, que no tienen
tales rituales elaborados como se encuentran en el budismo tibetano que implica
mantras, visualizaciones, etc., y están más enfocadas en estar inmediatamente
presentes con lo que sucede ahora, evitando que puede tener lugar toda
construcción mental, como la mejor forma de preparación para el futuro,
incluyendo la eventualidad de la muerte. El resultado final es el mismo. Ambos
métodos conducen a la gran aceptación de lo que pasa, y el último objetivo es
el mismo, que es aumentar la concienciación y desarrollar la visión penetrante.
Además, por supuesto, la visión budista es que la vida y la muerte están
indisolublemente ligadas una a la otra, momento tras momento. La muerte del
pasado está sucediendo ahora mismo y nunca podemos ver realmente que irá a
pasar en el futuro. Podemos decir: Cuando un momento pasa, esto es muerte, y
cuando otro aparece, esto es vida o renacimiento. Por tanto, vivir el presente
con consciencia, está ligado en una manera fundamental con apreciar la no
permanencia.
No importa cuán elaboradas sean ciertas enseñanzas o técnicas de
meditación, el objetivo fundamental sigue siendo ocuparse de la experiencia
inmediata, aquí y ahora. No tiene nada que ver con lo que podría o no podría
suceder en el futuro, o lograr alguna experiencia mística maravillosa en el
futuro, porque, como los maestros han subrayado continuamente, tan importante
como es el logro de la iluminación, esto ha sido alcanzado a través de estar en
el aquí y ahora, de ocuparse de las circunstancias actuales, no por medio de
permitir la especulación sobre qué podría
ser la iluminación. Esto no quiere decir que tenemos que ser practicantes
budistas para morir de manera pacífica. En última instancia, uno no puede
decir, a juzgar por las personalidades de las personas, que morirá
pacíficamente. Algunos cristianos mueren muy pacíficamente, mientras que otros
luchan; algunos budistas mueren en plena paz, y algunos patalean y gritan, como
dicen, y algunos ateos mueren pacíficamente, etc. Una persona muy afable puede
llegar a ser muy agresiva y desagradable en el momento de la muerte, negándose
a aceptarla, y otros, normalmente personajes odiosos, llegar a ser muy
tolerantes y amables. No podemos decir con certeza cómo alguien va a reaccionar
a la muerte, pero podemos decir que ciertas meditaciones, incluyendo las de
muerte, sin duda ayudarán a una persona aceptarla más fácilmente, aunque nunca
podemos estar absolutamente seguros, y llegado el momento puede producir pánico
incluso en un practicante dedicado. Pero si sabemos lo que está sucediendo, es
probable ser mucho menos conflictivo.
Esto nos lleva al factor decisivo de ver la lectura, la meditación
y la contemplación como conjuntadas. No debemos estar satisfechos sólo de
pensar en la no permanencia y la muerte; tenemos que tener la experiencia real,
que viene de la meditación. Leer sobre el enfoque del budismo acerca de la
muerte es importante, pero es necesario que se vuelva una preocupación
existencial y sea traducido en algo aproximado a una intuición real o un
encuentro real con la muerte. Siguiendo un camino así evitará que nuestro
conocimiento se evapore en la experiencia real. Desde un punto de vista
budista, mucho depende de nuestros hábitos y así pensando en la muerte de
cierta manera nos ayuda a acostumbrarse a esto, estar habituado a esto. Por
lo tanto una transformación real tiene que ocurrir en un nivel emocional e
intelectual. La mayoría de nosotros tenemos un grado razonable de comprensión
intelectual de los hechos, pero eso no es realmente el punto principal. Un
sentido de transitoriedad debe ser sentido y experimentado. Si entendemos esto
verdaderamente, manejaremos todas nuestras tribulaciones mucho mejor, como
cuando se rompen nuestras relaciones, cuando nos divorciamos, cuando nos
separamos de nuestros seres queridos, cuando los parientes mueren. Nosotros nos
encargaremos de todas estas situaciones de manera diferente, ahora con una
apreciación más cierta de la no permanencia de la que tendríamos de otro modo.
Saber en un
sentido abstracto de que todos mueren o de que todo es no permanente es
diferente de experimentar la no permanencia, cara a cara cada día de vida. Si
hemos sentido la no permanencia, entonces las tragedias son fáciles de tratar
porque nos aferramos completamente a que todo es temporal y transitorio y nada dura para
siempre. Como dijo el Buda, tomamos contacto con personas y cosas que no
queremos entrar en contacto y somos separados de personas y cosas con las que
queremos permanecer, y así es, en realidad, cómo son las cosas. De manera similar, cuando ocurre la muerte,
puede ser aún así una experiencia muy terrible, pero podemos ser capaces de
mantener ese sentido de conciencia. El miedo puede aún estar presente, pero es
muy importante mantener un sentido de equilibrio. Los meditadores budistas
pueden conseguir separarse de su pareja y experimentar gran estrés y pesar,
pero no pueden someterse tan completamente a ese pesar que les embarga, y esto
también se aplica con respecto a su propia muerte.
Traleg Kyabgon, fallecido en 2012, fue fundador del instituto Kagyu E-Vam, establecido en Melbourne, Australia. Fue autor de muchos libros, incluyendo The Essence of Buddhism and Mind at Ease.
De Karma de Traleg Kyabgon, ©
2015 Traleg Kyabgon. Reproducido con convenio con Shambhala Publications Inc., Boston, MA.
Imagen: José Manuel Ríos
Valiente/Flickr
versión al español, el editor
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