El individuo: cuerpo, voz y mente.
Por Namkhai Norbu Rinpoche
Traducción: Ramón Vasquez
Flor de mandarava
Las personas
que empiezan a tener interés por las enseñanzas
pueden caer en la tentación de alejarse de la realidad de las cosas materiales
para vivir en la fantasía, como si las enseñanzas constituyesen algo
completamente separado de la vida diaria. Bajo esta tendencia se oculta, muchas
veces, el propósito de eludir nuestros problemas y la ilusión de que vamos a
encontrar algo que, milagrosamente, nos ayudará a trascenderlos. Sin embargo,
las enseñanzas se basan en nuestra condición humana actual. Tenemos un cuerpo
físico con sus distintos límites: cada día tenemos que comer, trabajar,
descansar, etc. Esta es nuestra realidad y no podemos ignorarla.
Las enseñanzas Dzogchen no son una
filosofía, ni una doctrina religiosa, ni tampoco una tradición cultural.
Entender el mensaje de las enseñanzas significa descubrir la verdadera
condición de uno mismo, despojada de todas las decepciones y falsificaciones
que crea la mente. El mismo significado del término tibetano Dzogchen,
"Gran Perfección", se refiere al verdadero estado primordial de cada individuo
y no a alguna realidad trascendente.
Muchos senderos
espirituales tienen como base el principio de la compasión, de beneficiar a
otros. En la tradición budista Mahayana, por ejemplo, la compasión es uno
de los puntos fundamentales de la práctica, junto con el conocimiento de la
verdadera naturaleza de los fenómenos, o "vacuidad". A veces, sin
embargo, la compasión puede convertirse en algo construido y provisional,
porque no entendemos su verdadero principio. Una compasión genuina, no
artificial, sólo puede surgir cuando hemos descubierto nuestra verdadera
condición. Observando nuestros límites, nuestros condicionamientos, nuestros
conflictos, podemos llegar a ser verdaderamente conscientes del sufrimiento de
otros, y entonces nuestra propia experiencia se convertirá en una base, o
modelo, que nos permitirá entender y ayudar mejor a aquellos que nos rodean.
La única fuente de toda clase de
beneficio para los demás es estar conscientes de nuestra propia condición.
Cuando sabemos cómo ayudarnos a nosotros mismos y cómo trabajar con nuestra
situación, es cuando podemos realmente beneficiar a los demás, y nuestro
sentimiento de compasión surgirá espontáneamente sin necesidad de someternos a
las reglas de conducta de ninguna doctrina religiosa en particular.
¿Qué queremos indicar cuando decimos,
"hacernos conscientes de nuestra propia condición?" Significa
observarnos a nosotros mismos, descubrir quiénes somos, quiénes creemos que
somos, y cual es nuestra actitud hacia los demás y hacia la vida. Para ello es
suficiente con observar los límites, los
juicios mentales, las pasiones, el orgullo, los celos, los apegos y todas las
actitudes en las que nos encerramos en el curso de tan sólo un día. ¿De dónde
surgen?, ¿dónde están enraizados? Su fuente es nuestra visión dualística y
nuestros condicionamientos. Para ayudarnos a nosotros mismos y a los demás,
tenemos que superar todos los límites en los que estamos encerrados. Esta es la
verdadera función de las enseñanzas.
Toda enseñanza es
transmitida a través de la cultura y conocimiento de los seres humanos. Pero es
importante no confundir ninguna cultura o tradición con las enseñanzas mismas,
porque la esencia de las enseñanzas es el conocimiento de la naturaleza del individuo.
Cualquier cultura dada puede ser de gran valor, porque es el medio que capacita
a la gente para recibir el mensaje de una enseñanza, pero no es la enseñanza
misma. Pongamos el ejemplo del budismo. El Buddha vivió en la India, y para
transmitir su conocimiento no creó una forma nueva de cultura, sino que usó la
cultura del pueblo de la India de su tiempo como base para la comunicación. En
el Abhidharmakosha1, por
ejemplo, encontramos conceptos y nociones, tales como la descripción del Monte
Meru y los cinco continentes, que son típicos de la antigua cultura India, y
que no deberían ser considerados de importancia fundamental para un Toda enseñanza es transmitida a través de
la cultura y conocimiento de los seres humanos. Pero es importante no confundir
ninguna cultura o tradición con las enseñanzas mismas, porque la esencia de las
enseñanzas es el conocimiento de la naturaleza del individuo. Cualquier cultura
dada puede ser de gran valor, porque es el medio que capacita a la gente para
recibir el mensaje de una enseñanza, pero no es la enseñanza misma. Pongamos el
ejemplo del budismo. El Buddha vivió en la India, y para transmitir su conocimiento
no creó una forma nueva de cultura, sino que usó la cultura del pueblo de la
India de su tiempo como base para la comunicación. En el Abhidharmakosha1, por ejemplo, encontramos conceptos y
nociones, tales como la descripción del Monte Meru y los cinco continentes, que
son típicos de la antigua cultura India, y que no deberían ser considerados de
importancia fundamental para un entendimiento de las enseñanzas del Buddha.
Encontramos otro caso similar en la
forma completamente original que tomó el budismo en Tíbet tras su
integración con la cultura indígena tibetana: cuando Padmasambhava introdujo el
Vajrayana en Tíbet, no acabó con los usos rituales de la antigua tradición Bön,
sino que supo cómo usarlos, incorporándolos a las prácticas tántricas budistas.
Si no se logra entender el verdadero
significado de una enseñanza en el contexto de la propia cultura, puede
originarse una confusión entre la forma externa de una tradición religiosa y la
esencia de su mensaje. Pongamos el ejemplo de una persona occidental,
interesada en el budismo, que va a la India buscando un maestro. Allí encuentra
un maestro tibetano tradicional que vive en un monasterio aislado y no conoce
nada sobre la cultura occidental. Cuando a tal maestro se le pide que dé
enseñanzas, seguirá el método que se usa para enseñar a los tibetanos, y la
persona occidental tendrá algunas dificultades graves a superar, comenzando por
el obstáculo del lenguaje. Quizá reciba una iniciación importante y quede
impresionada por la atmósfera especial, por la "vibración"
espiritual, pero no entenderá su significado. Atraída por la idea de un
misticismo exótico, puede que permanezca durante unos meses en el monasterio, absorbiendo unos cuantos
aspectos de la cultura tibetana y de sus
costumbres religiosas. Cuando regresa a occidente está convencida de que
ha entendido el budismo y se siente diferente de los que le rodean,
comportándose como un tibetano.
Pero la verdad es que para que un occidental
practique una enseñanza que viene de Tíbet, no hay necesidad de que se
convierta en un tibetano. Por el contrario, es de capital importancia para él
saber cómo integrar tal enseñanza con su propia cultura, a fin de poder
comunicarla, en su forma esencial, a otros occidentales. A menudo, cuando la
gente se aproxima a una enseñanza
oriental, cree que su propia cultura no tiene valor. Esta actitud es
equivocada, porque cada cultura tiene su valor, relacionada con el medio ambiente y circunstancias en
que se desarrolló. No se puede decir que ninguna cultura sea mejor que otra;
más bien depende de cada individuo el que obtenga mayor o menor provecho de
ella en términos de su desarrollo interno. Por esta razón, no tiene utilidad
transportar reglas y costumbres a un ambiente cultural diferente de aquel en
que surgieron.
El medio ambiente cultural y los hábitos
personales son importantes para que un individuo pueda entender una enseñanza.
No se puede transmitir un estado de conocimiento usando ejemplos que no son
conocidos por el que escucha. Si a un occidental le sirven tsampa2 con té tibetano, probablemente no tenga idea de
cómo comerla. Por otro lado, un tibetano que ha comido tsampa desde que era
pequeño, no tiene ningún problema; mezclará inmediatamente la tsampa con el té
y la comerá. De la misma forma, si uno no tiene conocimiento de la cultura a
través de la que se transmite una enseñanza, será difícil entender su mensaje
esencial. Este es el valor de conocer una cultura particular. Pero las
enseñanzas incorporan un estado interno de conocimiento que no debe ser confundido
con la cultura a través de la que se transmite, o con sus hábitos, costumbres,
sistemas políticos y sociales, etc. Los seres humanos han creado diversas
culturas en lugares y tiempos diferentes, y alguien que esté interesado Por ejemplo, las personas que están
familiarizadas con la cultura tibetana podrían pensar que para practicar
Dzogchen uno tiene que convertirse al budismo o al Bön, ya que el Dzogchen ha
sido propagado por estas dos tradiciones religiosas. Esto demuestra lo limitado
de nuestra forma de pensar. Si decidimos seguir una enseñanza espiritual,
creemos que necesitamos cambiar algo, como nuestra forma de vestir, de comer,
de comportarnos, o algo así. Sin embargo, el Dzogchen no le pide a uno que se
adhiera a ninguna doctrina religiosa, o entrar
enen las
enseñanzas debe estar al tanto de esto, y saber cómo utilizar las diferentes
culturas sin llegar a quedar condicionado por sus formas externas.
Por ejemplo, las personas que están
familiarizadas con la cultura tibetana podrían pensar que para practicar
Dzogchen uno tiene que convertirse al budismo o al Bön, ya que el Dzogchen ha
sido propagado por estas dos tradiciones religiosas. Esto demuestra lo limitado
de nuestra forma de pensar. Si decidimos seguir una enseñanza espiritual,
creemos que necesitamos cambiar algo, como nuestra forma de vestir, de comer,
de comportarnos, o algo así. Sin embargo, el Dzogchen no le pide a uno que se
adhiera a ninguna doctrina religiosa, o entrar
en una orden monástica, o aceptar ciegamente las
enseñanzas y convertirse en un "Dzogchenista". Todo esto puede crear
serios obstáculos al verdadero conocimiento.
El hecho es que la gente está tan
acostumbrada a poner etiquetas a las
cosas, que es incapaz de entender algo que sobrepase sus límites. Permítaseme
poner un ejemplo personal. Siempre que me encuentro con un tibetano que no me
conoce bien, me hace la misma pregunta: “¿A qué escuela perteneces?”. En Tíbet,
a lo largo de los siglos, se han desarrollado cuatro tradiciones budistas
principales, y si un tibetano oye hablar de un maestro, estará convencido de
que necesariamente pertenece a uno de estos cuatro linajes. Si yo contesto que
soy un practicante de Dzogchen, esta persona presumirá que pertenezco a la
escuela Nyingmapa, dentro de la que se han preservado los textos Dzogchen.
También me ha ocurrido que algunas personas, sabiendo que he escrito algunos
libros sobre el Bön con objeto de revalorizar la cultura indígena de Tíbet, han
dicho que soy un Bonpo. Pero Dzogchen no es una escuela o secta, o un sistema
religioso. Es simplemente un estado de conocimiento que los maestros han
transmitido más allá de todo límite de sectas o tradiciones monásticas. En el
linaje de las enseñanzas Dzogchen ha habido maestros pertenecientes a todas las
clases sociales, incluyendo granjeros, nómadas, nobles, monjes y grandes
figuras religiosas de todas las tradiciones espirituales y sectas. El Quinto
Dalai Lama3 mismo,
mientras mantenía perfectamente
las obligaciones de su elevada posición religiosa y social, fue un gran
practicante de Dzogchen.
Una persona realmente interesada en las
enseñanzas tiene que entender su principio fundamental, sin permitirse quedar
condicionado por los límites de una tradición. Las organizaciones,
instituciones y jerarquías que existen en las distintas escuelas, se convierten
frecuentemente en factores que nos condicionan, y esto es algo difícil de
percibir. El verdadero valor de las enseñanzas está más allá de las
superestructuras que la gente crea, y para descubrir si las enseñanzas
constituyen, realmente, algo vivo en nosotros, sólo tenemos que observar hasta
qué punto, aplicándolas, hemos conseguido liberarnos de todos los factores que nos condicionan. A veces
creemos que hemos entendido las
enseñanzas y que sabemos cómo aplicarlas, pero en la práctica aún permanecemos
condicionados por actitudes y principios doctrinales, que están lejos del
verdadero conocimiento de nuestra propia condición verdadera.
Cuando un maestro enseña
Dzogchen, trata de transmitir un estado de
conocimiento empleando los medios necesarios. El objetivo del maestro es
despertar al estudiante abriendo su consciencia al estado
primordial. El maestro no dirá "¡Sigue mis reglas y obedece mis
preceptos!", sino, "abre tu
ojo interno y obsérvate. Deja de buscar una lámpara externa que te ilumine, y
enciende tu propia lámpara interna. Así, las enseñanzas vivirán en ti y tú en
el espíritu de las enseñanzas."
Las
enseñanzas deben convertirse en un conocimiento vivo en todas nuestras
actividades diarias. Esta es la esencia de la práctica, y además de esto no hay
nada en particular que deba hacerse. Un monje, sin romper sus votos, puede
perfectamente practicar Dzogchen, como puede hacerlo un sacerdote católico, un
oficinista, un trabajador, y así sucesivamente, sin tener que abandonar su
papel en la sociedad, porque el Dzogchen no cambia a las personas desde el
exterior. Más bien las despierta internamente. Lo único que un maestro Dzogchen
pedirá es que uno se observe a sí mismo, con el fin de obtener la consciencia
despierta necesaria para aplicar las enseñanzas en la vida diaria.
Notas
1.- Una obra de Vasubandhu, maestro indio de
metafísica budista.
2.- Tsampa: Cebada tostada
mezclada con té tibetano y manteca. Es la
dieta principal del pueblo tibetano.
3.- El quinto Dalai Lama, Blo bzang rgya mtsho (1617-1682) fue asimismo un “terton” un descubridor de termas, o textos
escondidos.
NAMKHAI
NORBU
Chögyal Namkhai Norbu es un Maestro de
Dzogchén de Budismo Tibetano, altamente entrenado en las tradiciones budistas
de meditación, filosofía y medicina. Es
el fundador de la Comunidad Dzogchén, cuyos centros de estudio y
prácticas se encuentran alrededor de todo el mundo.
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