LA IMPORTANCIA DEL LINAJE
Yongey Mingyur Rinpoche
El conocimiento conceptual
no es suficiente... hay que
tener la convicción que se
deriva de la experiencia personal.
—EL NOVENO KARMAPA GYALWANG, Mahamudra:
The Ocean of Definitive
Meaning,
traducción al inglés de Elizabeth M. Callahan
El
método de explorar
y trabajar directamente
con la mente
que llamamos budismo tiene sus
orígenes en las enseñanzas de un joven noble
de la India
llamado Siddharta. Después
de ser testigo
de primera mano de la gran
miseria en que vivía la gente que no había nacido en el medio privilegiado del
cual él disfrutaba, este joven noble renunció a la seguridad y
comodidades de su
hogar para buscar
la solución al problema
del sufrimiento humano.
El sufrimiento toma
diferentes formas, desde el
susurro constante de que seríamos
más felices “si sólo” algunos aspectos de nuestra vida
fueran distintos, hasta el dolor de la enfermedad o el terror a la muerte.
Siddharta
se convirtió en
asceta y recorrió
la India estudiando bajo la dirección de maestros que
declaraban haber encontrado la solución
que él buscaba.
Infortunadamente, ninguna de
las respuestas que le
dieron o de
las prácticas que
le enseñaron parecía
del todo completa. Finalmente,
decidió dejar de
lado los consejos
externos y buscar la solución
al problema del
sufrimiento en el
sitio donde había comenzado a
sospechar que residía:
en su mente.
Se sentó bajo
la sombra de un árbol, en un lugar llamado Bodhgaya, en la provincia de
Bihar, al noreste de la India, y comenzó a sumergirse más y más en las
profundidades de su
mente, resuelto a
encontrar las respuestas
que buscaba o morir en el intento. Al cabo de muchos días y noches,
finalmente descubrió lo que estaba buscando: una consciencia fundamental que
era inmutable, indestructible e infinita en su alcance. Cuando salió de este
estado de profunda meditación ya no era Siddharta. Era Buda, una palabra
sánscrita que significa “el que ha despertado”.
Había despertado al total potencial de su propia
naturaleza, que antes había estado
limitada por lo
que comúnmente se
conoce como dualismo: la idea de
un “yo” distinto e inherentemente real, separado de un “otro” aparentemente
distinto e inherentemente real que existe fuera de ese
“yo”. Como veremos
más adelante, el
dualismo no es una
“imperfección del carácter” o un defecto, sino un complejo mecanismo de
supervivencia profundamente arraigado en la estructura y función de la
mente, el cual,
junto con otros
mecanismos, puede ser
cambiado mediante la experiencia.
El Buda se dio
cuenta de esta capacidad
de cambio mediante
el examen introspectivo. Durante los siguientes cuarenta años de su vida
recorrió la India y atrajo a cientos, tal vez miles de discípulos mediante
la enseñanza de
su descubrimiento: las maneras
como los conceptos equivocados se enclavan en la mente
y el modo de extirparlos. Dos mil quinientos años después, los científicos
modernos están comenzando a demostrar mediante rigurosas
investigaciones clínicas que
sus percepciones, logradas a través del examen subjetivo, son sorprendentemente
exactas.
Debido a que el alcance de su comprensión y sus
percepciones iba mucho más allá de las ideas comunes que la gente tiene sobre
sí misma y sobre
la naturaleza de
la realidad, se
vio obligado, como muchos otros grandes maestros antes y
después de él, a enseñar con la ayuda de parábolas, ejemplos, acertijos y
metáforas. Tuvo que utilizar palabras, y aunque estas palabras con el tiempo se
escribieron en sánscrito, pali y otros idiomas, siempre se han transmitido de
manera oral de una generación a otra. ¿Por qué? Porque cuando oímos las
palabras de Buda y de los maestros que lo siguieron y lograron la misma libertad,
tenemos que pensar en su significado y aplicar ese significado a nuestra
vida y,
al hacerlo, generamos
cambios en la
estructura y en las
funciones de nuestro
cerebro. Muchos de
estos cambios los discutiremos en las páginas siguientes para
alcanzar la misma liberación que el Buda experimentó.
Durante
los siglos posteriores
a la muerte
de Buda sus enseñanzas comenzaron a difundirse en
muchos países, entre ellos el Tíbet,
cuyo aislamiento geográfico del
resto del mundo proporcionó el
medio perfecto para
que generaciones de
estudiantes y maestros
se dedicaran exclusivamente al
estudio y a
la práctica. Los
maestros tibetanos que lograban la iluminación y se convertían en budas
durante su vida transmitían
entonces todo lo
que habían aprendido
a sus estudiantes más
promisorios y ellos,
a su vez, lo transmitían a sus propios discípulos. De esta
manera, se estableció en el Tíbet un linaje ininterrumpido de
enseñanzas basadas en las instrucciones
de Buda, fielmente registradas
por sus tempranos seguidores, y en comentarios detallados sobre
estas enseñanzas. Sin
embargo, el verdadero
poder del budismo tibetano, lo que lo hace tan puro y fuerte, es la
conexión directa entre el corazón y la mente de los maestros, quienes, en forma
oral y
con frecuencia secreta,
transmitieron a sus
discípulos las enseñanzas esenciales
del linaje, que
habían obtenido mediante
la experiencia.
Debido a que muchas regiones del Tíbet están
separadas unas de otras por
montañas, ríos y
valles, a los
maestros y discípulos
con frecuencia les era
difícil recorrer el
país compartiendo entre
sí lo que habían aprendido. Como resultado de esto,
los linajes de enseñanza en las regiones evolucionaron de maneras ligeramente diferentes.
En la actualidad hay cuatro
grandes escuelas o linajes del budismo tibetano: la nyingma, la
sakya, la kagyu y la
gelug. Aunque cada
una de estas escuelas se
desarrolló en épocas diferentes y en distintas regiones del Tíbet, todas
comparten los mismos
principios, prácticas y
creencias básicos. Las diferencias entre ellas, parecidas a las que
existen, según me han dicho, entre las diferentes denominaciones del
protestantismo, radican principalmente en la terminología que utilizan y con
frecuencia en variaciones sutiles
en la manera
de aproximarse al
saber y a la
práctica.
El más antiguo
de estos linajes
es la escuela
nyingma, establecida entre el siglo VII y los inicios del siglo IX de la
era cristiana, cuando el Tíbet
era gobernado por
reyes. (Nyingma es
una palabra tibetana que
puede traducirse aproximadamente como
“los antiguos”.) Tristemente, Langdarma, el último de los reyes tibetanos, inició una violenta represión del
budismo por razones políticas y personales. Aun cuando Langdarma sólo reinó cuatro
años, antes de ser asesinado en el año
842 de la
era cristiana, durante
casi 150 años
después de su muerte
el antiguo linaje
de la enseñanza
budista continuó siendo
en cierto modo un movimiento de resistencia, al tiempo que el Tíbet fue
sometido a grandes
cambios políticos hasta
convertirse en una
serie de reinos feudales sin
mayor cohesión entre sí.
Estos cambios políticos permitieron que el budismo
fuese reafirmando pausada y silenciosamente su influencia, mientras maestros indios
viajaban al Tíbet y estudiantes interesados hacían la ardua travesía a través
de los montes
Himalayas para estudiar
bajo la dirección
de maestros budistas indios. La orden kagyu fue de las primeras escuelas
en echar raíces en el Tíbet durante este periodo. Su nombre viene de la
palabra tibetana ka, aproximadamente traducida
como “discurso” o “instrucción” y gyu,
esencialmente traducida como
“linaje”. La escuela kagyu se basa en la tradición de
transmitir las instrucciones oralmente de maestro a discípulo, preservando así
una pureza de transmisión casi única.
La tradición kagyu se originó en la India en el
siglo X de la era cristiana, cuando un
hombre extraordinario llamado
Tilopa despertó a todo
su potencial. Por
muchas generaciones, los
discernimientos de Tilopa y las
prácticas mediante las cuales llegó a ellos se transmitieron de maestro
a discípulo hasta
que llegaron a
Gampopa, un tibetano brillante que
había abandonado su
práctica como médico
para seguir las enseñanzas de
Buda. Gampopa entonces les transmitió todo lo que había aprendido a cuatro de
sus discípulos más promisorios, cada uno de
los cuales estableció
su propia escuela
en diferentes regiones
del Tíbet.
Uno de estos discípulos fue Dusum Khyenpa
(apelativo tibetano que puede traducirse como “el vate de los tres tiempos”: el
pasado, el presente y el
futuro), quien fundó
lo que hoy
día se conoce
como el linaje karma
kagyu, nombre derivado
de la palabra
sánscrita karma, aproximadamente
traducida como “acción” o “actividad”. En la tradición karma kagyu,
todas las enseñanzas,
representadas en más
de cien volúmenes de
instrucciones filosóficas y
prácticas, son transmitidas oralmente por
el Karmapa o
maestro del linaje
a un puñado
de discípulos. Muchos de
estos reencarnan en
generaciones sucesivas, con el objeto específico de transmitir la totalidad de las enseñanzas a las próximas
reencar-naciones de Karmapas y así mantener y proteger estas lecciones
incalculables en su
pureza original, tal y como
fueron comunicadas hace más de mil años.
Esta línea de transmisión directa y continua no
tiene equivalente en la cultura
occidental. Una manera
aproximada de captar
este concepto podría ser
imaginar que alguien
como Albert Einstein
se acerca a sus mejores estudiantes y les dice: “Perdonen, pero ahora
voy a vaciarles en su cerebro
todo lo que
yo he aprendido
en la vida. Manténgalo allí
por un tiempo,
y cuando en
veinte o treinta
años yo vuelva en
otro cuerpo, su
responsabilidad será
volverlo a vaciar en el cerebro de algún jovencito en
quien ustedes sólo me reconocerán por los conocimientos que les estoy
transmitiendo. Ah, y a propósito, sólo por si algo sale mal, tendrán que
transmitir todo lo que les he enseñado a un puñado de estudiantes cuyas
virtudes podrán reconocer con base en lo que les voy a mostrar ahora, sólo para
asegurarnos de que nada se pierda”.
Antes de morir en 1981, el décimo sexto karmapa les
pasó todo este precioso conjunto de enseñanzas a varios de sus principales discípulos,
conocidos como sus “hijos del corazón”, y les pidió pasarlas a la siguiente
encarnación del karmapa y asegurarse de que se mantuvieran intactas transmitiéndolas en
su totalidad a
otros estudiantes excepcionales. Uno de los hijos del corazón
del décimo sexto karmapa, el duodécimo
Tai Situ Rinpoche,
pensó que yo era un estudiante
promisorio y facilitó el que viajara a la India a estudiar bajo la dirección
de los maestros reunidos
en el monasterio
de Sherab Ling,
su principal residencia en ese
país.
Como mencioné antes, las diferencias entre los
linajes son muy pequeñas y generalmente
sólo implican variaciones
menores en terminología y en la manera de enfocar el
estudio. En el linaje nyingma, por ejemplo, del cual mi padre y muchos de mis
posteriores profesores eran
considerados maestros consumados,
se alude a
las enseñanzas sobre la
naturaleza fundamental de la mente con el término dzogchen, palabra tibetana que significa “gran perfección”. En la
tradición Kagyu, el linaje en el que originalmente se entrenaron Tai Situ
Rinpoche, Saljay Rinpoche y muchos de los maestros que hacían parte de Sherab
Ling, se hace referencia a las enseñanzas sobre la esencia de la mente con el
vocablo mahamudra, palabra que puede
traducirse como “gran sello”.
Hay muy poca diferencia entre los dos corpus de
enseñanzas: tal vez las dzogchen se centran más en cultivar un profundo
entendimiento de la naturaleza fundamental de la mente, mientras las mahamudra
ponen un mayor énfasis en las prácticas que facilitan la experiencia directa de
la naturaleza de la mente.
En la era
moderna de aviones,
automóviles y teléfonos,
los maestros y discípulos viajan con más facilidad, de tal manera que
las diferencias que en
el pasado pudieron
haber surgido entre
las distintas escuelas son
hoy menos significativas. Sin
embargo, algo que
no ha cambiado es la importancia
de recibir las enseñanzas directamente de quienes las
conocen a fondo.
Mediante la conexión
directa con un maestro viviente, se transfiere algo
increíblemente precioso: es un tipo de experiencia inmediata, como una
sensación de que algo que respira y está vivo pasa del corazón del maestro al
corazón del discípulo. De esta manera directa las enseñanzas impartidas en
Sherab Ling, durante el programa de retiro de tres años, pasan de maestro a
discípulo, y de allí mi gran interés en participar en él.
Tomado de
“La alegría de la vida. Descubra el secreto y la ciencia de la felicidad”, Ed.
Norma, p. 20-24
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